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Fan por Fan

domingo, 24 de junio de 2012

CAPÍTULO 11: Un paseo para cinco


Metí la reductora del Rav4 y pisé a fondo el acelerador, mi coche salió a toda velocidad en dirección a la rampa de salida. Los primeros cuatro zombis fueron fáciles de esquivar, pero en cuanto comencé el ascenso al exterior me di cuenta de que sería imposible salir sin llevarme a algunos por delante, y eso no me gustaba, no era lo mismo golpear a un no muerto con la parte trasera del 4x4 que de frente, era probable que el cuerpo pasara sobre el morro del vehículo y chocara contra la luna delantera, haciéndola añicos, con lo que nos quedaríamos completamente a ciegas, o lo que es peor, nos tocaría quitar el cristal haciéndonos vulnerables a un ataque en caso de quedarnos bloqueados.
Cinco zombis nos cortaban el paso, dos, un poco rezagados por la izquierda y otros tres por la derecha, no tenía suficiente espacio para pasar entre ellos, por lo que ajusté todo lo que pude la trayectoria para que el grupo de tres no impactara frontalmente, dos de ellos golpearon el foco derecho rompiéndolo en mil pedazos, y fueron lanzados por el aire hasta estamparse contra la pared, en la que dejaron un grafiti sanguinolento muy artístico dibujado en ella, al tercero pude eludirlo, pero el desgraciado estiró la mano y golpeó la luna, en la que dejó un cuajarón de sangre y una enorme grieta justo enfrente de la cara de Alba, que al verlo soltó un grito de espanto, seguí mi ascenso esquivando sin incidentes a los de la izquierda y por fin llegué a la carretera. No fue una salida limpia, pero al menos habíamos pasado.
Por unos instantes quedé deslumbrado por la luz diurna, pero enseguida mis ojos se acostumbraron, miré a izquierda y derecha, vi a varios zombis deambulando y a personas vivas corriendo en todas direcciones intentando escapar de los primeros.
El policía nacional que dirigía al grupo, al ver que yo no me decidía a emprender la marcha, me indicó que fuéramos en dirección a la plaza de toros, teníamos que llegar a uno de los puestos armados, me informó de que tenían órdenes de regresar, debían reagruparse con el resto de policías, guardia civiles y militares que aun quedaran operativos, pues era indispensable crear una vía segura de escape a los habitantes de la ciudad en su trayecto al puerto deportivo.
Una vez emprendí la marcha, no pude evitarlo y les pregunté como habían  terminado en el garaje de mi urbanización, el policía que me había encañonado, y aunque con muy pocas ganas, me hizo un breve resumen de lo acontecido. Horas antes, se habían desplazado a una calle relativamente cercana a mi casa en misión de evacuación, pero se habían visto obligados abortarla,  porque en muy poco tiempo, se vieron sobrepasados por un elevado número de esas cosas, cinco agentes cayeron cuando intentaban abrirse paso a través de una verdadera marea de zombis, el resto a duras penas consiguió escapar, después de estar huyendo a pie durante varias horas, ya que les fue imposible regresar a sus vehículos, buscaron  refugio en el garaje de un grupo muy numeroso de no muertos que les habían cercado, intentaron apuntalar la entrada, pero les fue imposible, cuando los zombis irrumpieron en las escaleras del garaje, a dos de los policías, no les dio tiempo a replegarse y fueron engullidos por la avalancha de brazos y dientes que se les echó encima, así que del equipo inicial de diez agentes, solo habían sobrevivido ellos tres.
La mujer policía se llamaba Yolanda y el compañero con quien había mantenido a ralla el ataque de los zombis en el garaje, Arturo, eran dos policías en prácticas, Yolanda, apenas tendría los veintidós años, era una chica de ojos marrones y mirada felina, tenía una larga melena castaña recogida en una coleta, no era muy alta, si no fuera porque vestía uniforme de la policía nacional, jamás abría imaginado que pudiera ser una agente, de habérmela cruzado de paisano, pero debía dar la talla muy por los pelos, ya que estaba en el cuerpo.
Su compañero que rondaría la misma edad, era un chico alto, de un metro setenta de estatura y ancho de espaldas, de pelo castaño claro y ojos a juego con sus cabellos, en su cara se percibía el miedo mucho más que en la de la mujer policía, aunque mantenía la compostura como un campeón.
Me gustaría saber qué cara debía de tener yo en esos momentos, porque si a ellos les podía notar el miedo reflejado en el rostro, yo tenía que tener la cara del cuadro el grito de Munch por lo menos.
El oficial de policía se llamaba Eduardo, tenía unos treinta y cinco años, era un hombre moreno de ojos negros y mirada penetrante, de constitución atlética y no menos de metro ochenta de estatura.
Una vez, Eduardo terminó de resumirme sus últimas horas, sacó su emisora de radio y se puso a utilizarla, por su tono de voz, comencé a notar como el nerviosismo aumentaba en él, intentaba sin éxito ponerse en contacto con varios compañeros, en su cara se percibía una profunda frustración.
Por fin, tras una larga espera, consiguió contactar con el puesto armado de la plaza de toros, que le informó de que teníamos que penetrar en la gran vía donde un grupo de camiones militares se dirigían en la misma dirección que nosotros, imagino que la unión hace la fuerza, y que el acoplarnos a ese convoy garantizaría un poco nuestra seguridad.
Una vez terminaron de darle las indicaciones oportunas, Eduardo me dijo cual era la ruta que teníamos que seguir. Giré a la izquierda para penetrar en una amplia calle de dos carriles que por suerte estaba completamente desierta y por la que de seguir por ella dos manzanas más, desembocaríamos en dicha avenida. Nada más llegar al cruce noté una gran diferencia con el estado habitual de esa vía, no había un solo coche circulando por esa arteria principal de la ciudad.
Eduardo me pidió que detuviera el 4x4, aguardaríamos ahí hasta que la caravana llegara y nos pudiéramos unir a ella. Podíamos descansar un poco.
Miré a Alba, que en todo ese trayecto había estado en silencio, seguía con la mirada perdida y aun tenía el pequeño bolso apretado contra su pecho.
-Alba, oye, Alba, ¿Por qué no llamas a tus padres ahora?-Le dije con intención de sacarla de ese estado ausente. Ella me miró sin decir una sola palabra y después bajó la vista, abrió el bolso y sacó un iphone protegido con una funda de silicona rosa adornada con dibujitos de gatos, tocó la pantalla táctil varias veces y seguidamente se puso el teléfono al oído, tras varios segundos nadie respondió a su llamada, ella siguió insistiendo.
Con todo ese ajetreo, ni me había acordado de mis hermanos, ¿Dónde cojones estarían? ¿Se encontrarían bien?, cogí mi teléfono y lo encendí, enseguida me pidió el número pin el cual introduje, nada mas reiniciarse el terminal, comenzaron a sonar tonos de sms entrantes, uno, dos, diez, quince, eran llamadas perdidas de mis hermanos y se remontaban desde varios días atrás, hasta la noche anterior.
Debían pensar que yo estaba muerto. Llamé a mi hermano Toni, era la llamada mas reciente que había recibido por parte de ellos, respondió casi en el acto, hablé con él un buen rato, me contó que habían intentado contactar conmigo muchas veces y que al no conseguirlo, quisieron venir a por mí, pero les habían cortado el paso en varios controles militares, así que les fue imposible llegar hasta mi casa, ahora mismo estaban de camino a un punto seguro, pero no al de la zona del puerto, si no al que se había creado dentro del cuartel militar de Rabasa, por que el trayecto hasta el primero no era transitable, yo le conté lo que me había pasado, lo de mi enfermedad y que no me había enterado casi de nada hasta esta misma mañana, a Toni le resultó gracioso que el mundo se estuviera desmoronando y yo tomando sopas calientes, ignorante de todo, pero estaba muy contento de que me encontrara bien, yo me quedé mucho más tranquilo al saber que estaban todos juntos, sanos y salvos, nos despedimos, no sin antes acordar que nos mantendríamos informados cada hora por whatsApp de nuestra situación hasta poder reunirnos.
Dejé el móvil para que siguiera cargando y miré a Alba que seguía intentando contactar con sus padres sin ningún éxito.
-Alba ¿no responden? Le pregunté.
Ella me miró con el ceño fruncido y negó con la cabeza, se le notaba que estaba muy preocupada.
-Es posible que salieran hacia el punto seguro y con las prisas o por cualquier otra razón no cogieran el teléfono, no te preocupes, seguro que están bien- le dije intentando quitarle importancia a la imposibilidad de contactar con ellos.
-No, eso no es posible, ellos jamás se abrían marchado sin nosotros…- me respondió ella, empleando un tono de voz que casi parecía un murmullo.
 -¿En qué zona de la ciudad se encontraban tus padres la última vez que hablaste con ellos, y cuándo fue eso?- Le preguntó Yolanda, que había estado atenta en todo momento a los intentos de Alba por contactar con sus progenitores.
-Pues…anoche fue la última vez, esperaban a que apareciera mi hermana Cristina para luego poder reunirnos todos, estaban en un chalet de ciudad jardín, en la calle regidor Ocaña…- contestó la chica.
A Yolanda le cambió la cara y meneó la cabeza cuando escuchó la localización, pero no dijo nada.
Eduardo, al ver que Yolanda no se explicaba, continuó, la noche en la que Alba había hablado con ellos, pero de madrugada, se habían efectuado varias evacuaciones de emergencia en ese barrio, ya que se había declarado como zona caliente, todos los evacuados habían sido trasladados al punto seguro de Rabasa.
-¿Ves Alba? Tus padres y tu hermana tienen que estar en el mismo sitio al que van mis hermanos, como les evacuaron de urgencia, no les debió ni dar tiempo de coger el teléfono- le dije para que se tranquilizara, aunque en mi interior el hecho de que donde estaban sus padres horas antes se hubiera declarado como “zona caliente” no me gustaba ni un pelo.
Alba me miró y sus bonitos labios dibujaron una leve sonrisa durante unos milisegundos, luego apoyó su cabeza en el cristal y se volvió a quedar ensimismada en sus propios pensamientos, estaba realmente preocupado por aquella mujer, me sentía en la obligación de protegerla y dado su estado, dudaba de que pudiera reaccionar positivamente en una situación de peligro, y teniendo en cuenta que el mundo que conocíamos se había convertido en el mismísimo infierno, no creía que ese momento pudiera tardar mucho en presentarse.
-¡Tenemos compañía!- dijo sin elevar demasiado la voz Arturo, señalando con su dedo índice el retrovisor del todoterreno. Un grupo de unos quince no muertos, habían aparecido tambaleantes por nuestra retaguardia y venían en dirección a nosotros.
-¿Qué hacemos?- dije yo, mirando a izquierda y derecha de la gran vía, con la esperanza de divisar el convoy que no aparecía por ninguna parte.  
Eduardo se dio la vuelta en silencio y miró por la luna trasera al grupo que a un paso renqueante, pero desconcertantemente rápido, se nos venía encima, sin perderlos de vista, cogió la emisora e intentó contactar con el convoy, tras un breve espacio de tiempo, consiguió hablar con él.
-Aquí convoy C5-Respondió una voz distorsionada a través del aparato de radio frecuencia  - no nos esperen, nos es imposible llegar a puesto plaza de toros atravesando la gran vía, varios accidentes cortan el paso sobre el puente rojo en ambas direcciones y los camiones no pueden abrirse camino, tenemos que buscar una nueva ruta, además esto es una zona muy caliente, hay cientos de esas cosas por todas partes, suerte-
 Pude distinguir claramente fuego de ametralladoras antes de que se cortara la transmisión.
-No tenemos escolta. ¡Qué mierda!- Dijo Arturo entre dientes.
Yolanda miró a Eduardo que permanecía petrificado observando a los no muertos, que ya estaban a apenas cien metros del vehículo, después posó respetuosamente su mano en el hombro de este, como para hacerle reaccionar.
- Eduardo… ¿Cuáles son las órdenes? Aquí somos carne de zombi- Le preguntó con tono preocupado.
Eduardo, como arrancado de un sueño profundo, se dio la vuelta y sin dudar un momento, me ordenó que penetráramos en la gran vía y siguiéramos por ella, estaba muy claro que no le hacía ninguna gracia que siguiéramos esa ruta solos, hasta un convoy lleno de soldados unos kilómetros más atrás estaba teniendo problemas para llegar al puesto por esa ruta y nosotros éramos cinco, tres policías, dos de ellos novatos, una chica casi en estado catatónico y un pobre kiosquero de barrio, me sentía tan seguro como bañándome en una piscina llena de tiburones, pero podía ser peor, al menos los polis estaban armados, aunque como ya había visto en el garaje, para tumbar a esos cabrones, había que afinar mucho la puntería, o se les volaba la cabeza o seguían andando hasta tenerlos encima, dentro de una zona caliente no quería ni imaginarme como tendría que ser.
Pude ver como se alejaba el grupo de no muertos cuando pisé el acelerador del 4x4 para penetrar en la gran avenida de cuatro carriles en dirección a nuestro destino, me dio la impresión de que los zombis se enfurecieron al vernos partir incapaces de seguirnos.
-Joderos, cabrones-dije en voz baja mientras los miraba perdiéndose en la distancia.
Pasamos junto a varios coches cruzados en la calzada, muchos de ellos presentaban enormes rastros de sangre y cristales rotos, otros sin embargo parecían haber sido abandonados deliberadamente y permanecían con sus puertas cerradas sin aparentes signos de violencia, no me costaba demasiado esquivar los vehículos, incluso en un principio me pareció que después de todo, Eduardo se había preocupado en exceso.
El sol ya estaba alto en el cielo y el ver la ciudad en ese estado a plena luz del día era algo que ponía los pelos de punta, todo presentaba un aspecto desolador miraras donde miraras.
Alba, a la que yo creía fuera de onda me sorprendió dirigiéndose a mí con una lucidez pasmosa, fue como si hubiera despertado de un largo sueño.
-Pero yo… no puedo ir a la plaza de toros… tengo que ir a Rabasa, tengo que ir a Rabasa, Jaime-Me dijo mirándome fijamente a los ojos. Yo sorprendido, no pude articular palabra, pero Yolanda intervino.
-Alba, el trayecto a ese punto seguro no es transitable desde el lugar en el que estamos ahora mismo, sería muy arriesgado intentar llegar a él, y eso siendo muy optimistas, una vez estemos en el puesto armado, intentaremos ayudarte para que te reúnas con tus padres, te lo prometo.-
Alba se giró y le dio las gracias a Yolanda, luego volvió a mirarme a mí y acto seguido sacó el móvil y se puso de nuevo a intentar llamar a sus padres, eso era bueno, parecía que estaba saliendo un poco del shock.
Al principio avanzamos relativamente rápido, nos encontrábamos con pocos no muertos a los que con un simple acelerón dejábamos atrás, pero ningún grupo de gran tamaño, nos cruzamos en alguna ocasión con algún vehículo que pasaba a toda mecha, pero el tráfico era casi totalmente nulo, también vimos a algunas personas, que aterrorizadas y desconcertadas, corrían de aquí para allá, cargados con maletas y bolsas, intentando llegar a sus coches, siempre asediados por grupos de zombis que intentaban darles caza, nosotros desde la relativa seguridad del 4x4, solo podíamos mirar impotentes como los no muertos caían sobre ellos como buitres hambrientos y les devoraban en plena calle, era un espectáculo grotesco y subrrealista, como sacado de una de las peores pesadillas del mismísimo Satán.
Conforme nos acercábamos a nuestro destino, el trayecto comenzó a dificultarse considerablemente.
Cada vez había más coches detenidos, cruzados y accidentados en la calzada, la marcha a cada minuto se hacía mucho más lenta, en varias ocasiones no me quedó mas remedio que empujar un poco algún vehículo con el morro de mi coche para abrirme paso o subirme a alguna mediana para esquivar un accidente múltiple que cortaba completamente la carretera, un poco más adelante llegué a un tramo especialmente complicado, a la derecha tenía una enorme camioneta y a la izquierda un monovolumen, el espacio era el justo para que pasara el Rav4, así que muy despacio fui avanzando por el estrecho corredor, todo parecía estar saliendo bien hasta que llegué a la altura de la puerta de la camioneta, en ese momento, un zombi salió por su ventana atravesando el cristal y yendo a caer rodeado de miles de fragmentos de vidrio sobre la luna delantera ya dañada de mi coche, destrozándola por completo y dejándome totalmente a ciegas. Lo que había intentado evitar a toda costa en la salida del garaje, ahora me había sido imposible de eludir.
 Instintivamente pisé el acelerador para quitármelo de encima, pude escuchar como el cuerpo del mal nacido pasaba dando tumbos sobre el techo hasta caer por la parte trasera, no veía lo que tenía delante y con los nervios del momento no me di cuenta de que me subía sobre la acera, un segundo más tarde había empotrado mi querido 4x4 contra un semáforo y una espesa columna de vapor salía por todas partes, sin duda alguna había dañado el radiador, en ese estado el coche no aguantaría mucho mas, los airbag sorprendentemente no se activaron y parecía que todos estábamos bien.
-¿Está usted idiota? Me gritó Arturo desde la parte trasera, el tipo no hablaba mucho, pero para lo que tenía que decir, mejor podía quedarse callado.
- Ni que hubiera sido culpa mía, ¡joder!- Le repliqué muy enojado.
Eduardo le mandó callar mientras abría la puerta del coche y bajaba, pude escuchar un atronador disparo y por la luna trasera vi desplomarse al zombi que nos había saltado encima instantes antes y que ya se había puesto de pie de nuevo con la intención de atacarnos, después de reconocer la zona subió otra vez.
-Bueno, ya no estamos muy lejos, ¿crees que aguantará el coche hasta la plaza de toros Jaime?- preguntó Eduardo educadamente, yo aun un poco desconcertado y de muy mala leche por haber dañado mi querido coche de esa manera tan estúpida, metí mi mano derecha en la manga de la chaqueta y di un puñetazo a la luna haciendo un agujero del tamaño de mi puño, el cual me permitía ver un poco por delante nuestra.
Estábamos muy cerca de la intersección en la que tenía que girar a la derecha para tomar la avenida de Alcoy, esa carretera después de un par de quilómetros desembocaba justo en la plaza de toros.
-El coche aguantará, o eso creo, pero tenemos que salir de aquí cagando hostias- Le dije acojonado, pues en ese momento observé como de varios puntos por delante nuestra, alertados por el impacto del coche y el disparo de Eduardo docenas de no muertos salían de todas direcciones y se dirigían hacia nosotros, estábamos entrando en una zona muy caliente, de eso no había duda.
Pisé el acelerador del todo terreno que rujió como un león herido, di marcha atrás y bajé el bordillo, al retirar el coche, el semáforo con el que había chocado se desplomó contra el suelo, un estrepitoso ruido de metales retorcidos y cristales rotos resonó en todos los alrededores cuando el amasijo impactó contra el asfalto, si antes ya habíamos llamado la atención de los zombis de nuestro alrededor, ahora ya se habían enterado todos los del barrio.
 Acto seguido salí disparado en dirección al cruce, esquivé a varios desgraciados que se interpusieron en nuestro camino y cuando llegué a la intersección giré sin detenerme a la derecha y lancé el Rav4 a toda mecha por la larga cuesta abajo en la que al fondo podían verse luces de policía y ambulancias. Casi habíamos llegado al final del viaje, aunque la cosa no pintaba bien, en esa avenida el número de no muertos era enorme, parecían dirigirse en nuestra misma dirección, no me iba a ser posible pasar sin llevarme a muchos de ellos por delante, con la luna en ese estado, solo era cuestión de tiempo que alguno pasara sobre el capó y se empotrase en el interior del vehículo, así que reaccioné como horas antes lo había hecho en el garaje, tiré del freno de mano e hice un trompo en medio de la carretera y seguidamente metí la marcha atrás y pisé a fondo enfilando mi vehículo pendiente abajo a toda velocidad.
-¡Agacharos todos!, el camino va a ser movidito-Les grité.
Puse la mano en la nuca de Alba que miraba asustada en todas direcciones y la empujé hacia abajo hasta que metió la cabeza entre sus piernas.
El Rav-4 expulsaba vapor a raudales por el capó, si el coche se decidía a gripar en ese momento podíamos darnos por muertos, esquivé a muchos de ellos, pero conforme el número comenzó a aumentar los impactos fueron resonando en la parte trasera como secos martillazos, uno, dos, cinco, diez, veinte. La velocidad aumentaba conforme la cuesta se hacía más pronunciada, veía como las luces se acercaban a toda velocidad.
-Soy Eduardo de la policía nacional, hemos conseguido llegar, dos civiles y tres agentes, ábrannos un paso, vamos a toda velocidad en un 4x4 negro, por avenida de Alcoy dirección plaza de toros, modelo Toyota Rav-4 matrícula Francia, Navarra, Dinamarca, ¡estamos limpios!- Repetía una y otra vez por la emisora de radio el policía muy alterado.
Los impactos seguían sucediéndose en la parte trasera del 4x4 hasta producir un estruendo que casi ni dejaba escuchar otra cosa, pero poco a poco empecé a distinguir otro sonido aparte del de los zombis estampados, eran tiros, muchos disparos. No sabía si nos disparaban a nosotros o no, pero ni loco pensaba detenerme entre esa marea de no muertos, si nos apuntaban a nosotros estábamos perdidos y si parábamos para averiguarlo nos comerían vivos, solo podía acelerar, esquivar a todos los zombis posibles y continuar.
Se comenzaron a escuchar explosiones, varias seguidas, parecía que nos abrían paso con granadas de mano y fuego de ametralladoras de gran calibre, lo íbamos a lograr, pero justo cuando creía que teníamos una pequeña esperanza el impacto de un maldito no muerto destrozó también nuestro cristal trasero dejándolo hecho pedazos y completamente ensangrentado, solo podía guiarme con los retrovisores exteriores y segundos después perdía el izquierdo al embestir con él a una oronda mujer de avanzada edad que salió disparada al estampárselo en su ensangrentada cara.
Casi no podía orientarme, el 4x4 daba enormes saltos y bandazos, tuve la sensación de que estábamos pasando sobre cientos de cuerpos justo antes de una tremenda colisión que nos frenó en seco, después de eso, todo es borroso, perdí la noción del tiempo, solo recuerdo el sonido de las balas silbando por encima de mi cabeza, la voz de Yolanda pidiendo auxilio, el llanto de Alba, luego la oscuridad me envolvió…

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