Toda mi vida cambió
hace dos días. Esa mañana tenía mi despertador preparado para que sonara a las seis
y media, como casi cada mañana desde hacía tres años, me tenía que despertar
para poder ir a abrir mi kiosco de prensa, un pequeño negocio familiar situado
junto al Corte Inglés, que tras el fallecimiento de mis padres tomé la decisión
de dirigir.
Pero esa fría
mañana de lunes, cuando sonó el despertador, dudé…
No tenía claro si
ir o quedarme tapado hasta las orejas, había estado enfermo desde el viernes y
me pasé metido tres días en la cama sin hacer caso a nada ni a nadie, la fiebre
que comenzó a subirme el jueves anterior de madrugada me había mantenido en
cama, solo me levanté para hacerme alguna sopa de sobre o un vaso de leche con
Cola Cao caliente, esos días los había pasado como en una nube debido a la
fiebre y dormí profundamente entre sudores casi en la totalidad de los tres
días, menos él sábado, cuando varias veces ruidos como de petardos lejanos me
habían despertado durante la noche en al menos dos ocasiones, también el
domingo por la noche alguien tocó varias veces a mi timbre, pero ni me molesté
en abrir.
Pero ese lunes ya me encontraba mejor, siempre
caigo enfermo por las mismas fechas, la garganta se me inflama y me sube mucho
la fiebre, en unos días se me pasa y hasta el año siguiente gozo de una salud
de hierro, es como un ritual por el que tengo que pasar cada comienzo de
temporada, además quedándome en casa, solo podía hacer una cosa, ver la tele y
las pésimas noticias que habían emitido hasta el jueves una y otra vez no aclaraban
nada y solo me parecía que tenían por objeto, causar alarma social.
Soy extremadamente
reticente a creer nada relacionado con pandemias. Todas hasta la fecha habían
resultado ser una soberana mentira, ya fueran ideadas por empresas
farmacéuticas o por otro tipo de entidades, siempre hay intereses económicos tras
ellas y aunque esta vez todo parecía un poco diferente, yo pensaba que solo era
cuestión de tiempo que dijeran que todo había sido un error y que el peligro
había pasado, además, siempre podía leer en la prensa un resumen cuando llegara
a mi negocio.
La mañana transcurrió como la de cualquier otro
día, me di una ducha rápida, afeité con la maquinilla eléctrica mi oscura barba
de cuatro días, lavé mis dientes y me coloqué la ropa que había preparado antes
de meterme en la bañera, una camisa negra de manga larga, unos vaqueros azules,
mis cómodos zapatos negros 24h y para resguardarme del fresco que hace en Enero
en Alicante, me puse mi chaqueta de cuero, color crema estilo americana y una bufanda
gris de lana anudada a mi cuello aun convaleciente. Luego fui a la cocina y me
senté a tomarme un café con leche bien cargado, mientras sorbía la caliente
bebida me pareció escuchar cómo el sábado, ruido de fuegos artificiales en la
distancia, la gente en Alicante siempre tiene cosas que celebrar y en la Comunidad
Valenciana tiramos petardos por cualquier cosa, pero tirar fuegos artificiales
a esas horas y con la que estaba cayendo en el planeta me pareció bochornoso. La
curiosidad me pudo y me asomé a la ventana de la cocina, pero no vi nada que me
llamara la atención exceptuando a un grupo de tres vecinos cargados con maletas
que corrían junto a la piscina en dirección a una de las salidas de la
urbanización, supuse que llegarían tarde a alguna parte, quizá ya se pudiera
viajar otra vez, eso me pareció buena señal. Pude escuchar en la distancia más
detonaciones, pero enseguida cesaron y cerré la ventana.
Dejé la taza en el fregadero,
cogí las llaves de casa y del coche del recibidor y las metí en el bolsillo de
mi pantalón. Me marché cuando aun no serian las siete.
No suelo coger el coche para ir a mi trabajo,
porque estoy a menos de un kilómetro de mi negocio.
Casi siempre paso
más tiempo intentando encontrar aparcamiento, que en lo que tardo en llegar
dando un paseo, pero en los últimos dos días que fui a trabajar no me había
sentido seguro caminando por las calles, la gente estaba muy nerviosa, paseaban
con mascarillas de papel puestas en la cara y un simple resfriado como el que
yo había pasado era suficiente para que te trataran como a un apestado, eso me
ponía nervioso. Daba la sensación de que en cualquier momento esa situación
pudiera estallar de alguna manera inesperada y no me hacía gracia imaginarme en pleno centro de Alicante, sin un medio de
transporte cerca, en el que poder regresar a casa cagando leches si la cosa se
salía de madre. Ya había leído en la prensa que en algunas ciudades se habían
producido disturbios y en algunos lugares aislados algún saqueo, por lo que
prefería dar algunas vueltas en coche a tener que caminar.
Esa mañana entré en
el ascensor con la intención de bajar al garaje y sacar mi todo terreno de
paseo, un Toyota rav4 de color negro, para ir con él al trabajo. Metí la
pequeña llave en la cerradura de la botonera que hacía las veces de tecla de la
planta del sótano, una medida de seguridad que siempre he visto estúpida, ya
que se puede bajar perfectamente por la escalera hasta ese piso en la
urbanización donde yo vivo.
El ascensor tardó
muy poco en bajar las cinco plantas.
Cuando las puertas se abren en ese nivel, casi
no ves nada, solo la tenue luz que salía del ascensor me permitía percibir la
leve silueta del interruptor un metro más adelante incrustado en la blanca
pared de hormigón, así que como siempre salí y palpando con la mano derecha la
pared y fui acercándola en la dirección del interruptor, hasta que lo tuve bajo
mis dedos, pulsé y con un leve ¡clic! todo se iluminó.
¡La luz…! qué extraña
seguridad causa en las personas y sobre todo en mí mismo.
Siempre he tenido
una mala relación con la oscuridad, un miedo irracional, lo sé.
De pequeño me producían pavor los lugares
completamente oscuros, ahora de adulto, podría dejarlo en que me dan mucho
respeto y ese parking hasta que la luz se enciende no es una excepción.
Salí de la zona del
ascensor y giré a la izquierda avanzando por el amplio pasillo del parking escasamente
iluminado para mi gusto en dirección a
mi coche.
Mi plaza de
aparcamiento no estaba lejos de las plateadas puertas del elevador, la quinta
plaza por la fila de la izquierda.
Cuando aun no estaba
a la altura del primera aparcamiento me pareció ver moverse algo por el rabillo
del ojo, al final de un pasillo que empezaba en el lado contrario en el que yo
estaba, creí distinguir fugazmente la silueta de una persona, ese corredor
estrecho y muy largo tenía un interruptor propio para iluminarlo, pero estaba
completamente oscuro, en él están ubicados los trasteros, filas de pequeñas
puertas de aluminio se extienden a ambos lados de las paredes, terminando en un
callejón sin salida. Esos trasteros pertenecen a la segunda escalera de mi
edificio, el mío está en la parte opuesta del garaje.
Al ver la sombra lo
primero que pensé es en que sería un vecino intentando entrar en su trastero,
pero…
-¿Qué coño hacía en
ese angosto lugar casi completamente a oscuras? ¿Estará estropeada la
iluminación en esa área?- Pensé.
En ese instante no
le di demasiada importancia, no detuve el paso, pero dos metros más adelante
algo me hizo que me detuviera en seco, Un golpe hueco, seguido de la alarma de
un coche sonando detrás mía, me dio tal susto que el corazón casi se me sale del
pecho.
Di la vuelta rápidamente
y miré en la dirección de la procedencia del estridente sonido, un BMW 320
plateado. Emitía unos potentes bocinazos al mismo compás con el que todas sus luces
intermitentes destellaban a la vez. Algo había activado la alarma, era el
primer coche de la fila de la derecha, el que estaba justo alado del principio
del oscuro pasillo de los trasteros. Deduje lo que podía haber sucedido… La
persona que me había parecido ver, sería el dueño de ese coche, por alguna
razón lo ha golpeado y a saltado la alarma… ¿Pero por qué no la paraba?, seguía
sonando y sonando y no me parecía ver a nadie, al menos al principio, un minuto
después de la zona del maletero vi aparecer una sombra, casi no veía nada, pero
el oscuro bulto poco a poco siguió la línea del vehículo hasta llegar al capó y
ahí pude verle con más claridad. Aunque esa zona está oscura, ya que ahí,
justamente, no hay ningún tubo fluorescente que alumbre directamente, el
escandaloso BMW le iluminó la cara con sus ráfagas intermitentes de color anaranjado.
Le reconocí rápidamente, era un vecino al que solo conocía de vista, el típico
vecino imbécil, el tipo al que le saludas y contesta cuando le apetece, unas
veces sí y otras veces no, según le diera y al que yo, directamente, ya no le
decía nada para ahorrarme la mala leche de que me negara el saludo a su antojo
desde hacía meses.
Era un tipo más
alto que yo, me sacaba una cabeza por lo menos y yo no soy bajito, mido un
metro setenta y seis, de ojos azules y de unos noventa y cinco kilos de peso,
amplio vientre y con la cabeza completamente afeitada como un balón de futbol, en
su día, cuando tenía pelo, debió de ser pelirrojo o eso daban a entender sus
rojizas y pobladas cejas y su oronda cara repleta de pecas. Creo recordar que
era Alemán al igual que su mujer, que por cierto estaba tremendamente buena,
una chica alta y voluptuosa, de larga melena rubia y con unos pechos de
escándalo, en verano los ocultaba bajo diminutos bikinis que no dejaban
demasiado a la imaginación y le encantaba lucirlos en la piscina de la
urbanización, para deleite de los vecinos de género masculino y envidia de las esposas
de estos.
Nunca entendí como esa pedazo de hembra podía
ser la pareja de semejante individuo, no pegaban ni con pegamento esos dos,
misterios de la vida…
No recuerdo el nombre del tipo con exactitud,
aunque sé que era algo así como Eberhard o algo por el estilo…
-¿Pero
qué le pasa a este tipo?- pensé.
Me
miraba fijamente con ojos abiertos como platos. Avanzó tambaleante siguiendo la
estilizada línea del vehículo hasta que desapareció detrás de la columna que
delimitaba la plaza de aparcamiento que ocupaba el BMW, pocos segundos después le vi reaparecer por
detrás del pilar de hormigón e irrumpir en el pasillo del parking en el que yo
me encontraba, estaba a cuatro plazas de mi, pero en la fila de coches
contraria y avanzando directamente en mi dirección. Estaba seguro de que algo
no marchaba bien en ese hombre, su andar era lento, renqueante pero continuo,
el color de su piel me pareció muy amarillento y quizá de algunos colores más
que no distinguía aun en la distancia, distancia que a cada paso se acortaba
entre nosotros.
Primero
supuse que mis ojos me gastaban una mala pasada por culpa de los destellos
naranja de los intermitentes que me tenían un poco deslumbrado en la penumbra
del garaje, pero cuando lo tenía tres metros más cerca, pude verlo con más
claridad, su piel… toda su piel tenía un tono difícilmente descriptible, entre amarillo
y naranja, podía ver su sistema de venas marcado en tonos amoratados y oscuros
que parecían trazar extrañas formas sobre todo su cuerpo. Los ojos tenían la córnea
amarillenta, me recordaron a los ojos de un pez pasado de fecha y el color azul
claro de sus ojos, ahora era tan solo un recuerdo, un color grisáceo cubría su
iris.
De
repente, el tipo abrió la boca y un espeluznante sonido salió de la oscuridad
que aguardaba tras sus dientes, indescriptible, gutural, eso me puso los pelos
de punta. Justo después se apagó la alarma del BMW, me pareció que hasta el
coche estaba acojonado ante tal y desagradable sonido. La adrenalina se disparó
en mí y sentí que estaba en peligro.
Con la
sorpresa no había recaído en la indumentaria del fulano hasta entonces, era
ridícula. Tenía puesta una bata de baño de color azul turquesa que parecía que
le venía muy pequeña y debajo lo que me parecieron unos calzoncillos, nada más.
Algo en sus calzones me llamó la atención, la prenda que en su día debió de ser
blanca, estaba sucia, repugnantemente sucia, en la zona de los genitales un
oscuro manchurrón de color morado, cubría la tela casi por completo y ese mismo
líquido le chorreaba por entre las piernas llegando casi a los tobillos. No
pude evitar que se me viniera a la cabeza el nombre de Lorena Bobbitt, ¿Estaría herido? -¡No…! ¡Qué narices herido!- Me dije a
mí mismo.
Las
noticias de los últimos días no dejaban lugar a dudas. ¡Joder, todo era verdad
esta vez…! errático, desorientado, irracional, herido… ¡Era un puto infectado!
¡Uno de verdad!
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