Me acerqué al
grupo de gente que creaba una verdadera barrera entre ella y yo. Penetré entre
la muchedumbre y poco a poco fui abriéndome paso hacia el mostrador. Muchos
ponían mala cara cuando les apartaba sutilmente con la mano o el brazo, y algunos
estuvieron a punto de llamarme la atención al pensar que intentaba colarme,
pero al girarse y verme perfectamente uniformado no emitían ni una sola palabra
por sus bocas, esa situación me hizo sonreír en más de una ocasión, pues estaba
seguro que de no tener puesto el uniforme, habría sido muy posible que hubiera
terminado peleándome con alguna de aquellas personas.
Por fin
llegué al mostrador y conseguí colocarme justo delante de Alba. Ella parecía
ausente, me recordó vagamente a un robot camarero, como los que te servían las
copas en algunos bares de Japón, llenaba unos tazones de aluminio con sopa
caliente y los dejaba cuidadosamente sobre una mesa en la que también había
colocados ordenadamente otros alimentos. A cada persona, las demás mujeres le entregaban
la ración de sopa, una pieza de fruta y una lata de conservas con el logotipo
de la cruz roja.
Alba me miró
de reojo y supongo que al ver los verdes colores de mis ropas cogió una ración
de sopa y el resto de los alimentos que completaban el menú del día y me los
dejó sobre la barra, pero ni se dio cuenta de que era yo.
-Gracias Alba…- Le dije. No sabía muy bien como
debía comportarme, pues no me podía imaginar cómo reaccionaría ante mi
presencia ahora que estaba ya fuera del estado de shock, sabía que
prácticamente no nos conocíamos de nada, pero la sensación de que estaba más
unido a ella que a nadie en esos momentos no me abandonaba, supongo que el
vivir con Alba el fin del mundo desde el minuto cero, había creado algún
extraño vínculo en mí difícil de describir.
Alba, al escuchar su nombre dio un respingo e
inmediatamente se giró, su mirada ascendió desde mi pecho hasta que nuestros
ojos se encontraron. Cuando se dio cuenta de que era yo sus labios dibujaron
una gran sonrisa hasta dejar al descubierto unos perfectos y blancos dientes.
Su semblante cambió completamente hasta el punto de que me costó reconocerla, Era
la primera vez que la veía sonreír de verdad, desde que nos habíamos conocido
solo había podido verla pasando penurias y desgracias, eso me hizo preguntarme
como sería realmente Alba antes de todo esto, el recordar que nos habíamos conocido
en tan dramáticas circunstancias me apenó profundamente, pero aun así, el verla
sonreírme de esa manera hizo que me sintiera como si me retiraran de encima mil
kilos de peso, así que involuntariamente le devolví una sonrisa de oreja a
oreja.
-¡Jaime! ¡Estás bien! ¡Estás consciente!- Dijo muy
contenta. Después dejó rápidamente el recipiente de sopa caliente que sostenía
en la mano y acto seguido informó a las otras dos mujeres de que se retiraba
durante un rato. Alba me levantó una parte del mostrador que tenía unas bisagras
y me invitó a pasar dentro, yo entré con la comida aun en las manos y la seguí
hasta un cuartito al que se accedía por un pequeño marco sin puerta.
La estancia no
medía más de cinco metros cuadrados, en su centro, una pequeña mesa de madera
con tres sillas a su alrededor presidía el lugar, el cuarto estaba escasamente
iluminado gracias a una bombilla de baja potencia que colgaba del techo, supuse
que se trataba del lugar de descanso para los dependientes del puesto de
aperitivos y que hacía las veces de despensa. Un calendario del año anterior
permanecía clavado con una chincheta a una de las paredes en la que varias
estanterías vacías que había colgadas en ella, le proporcionaban al lugar un
aspecto algo lúgubre. La sombría idea de que nadie sustituiría ese almanaque por
uno actualizado y de que nadie llenaría esas repisas nunca más se me pasó por
la cabeza.
Alba me dijo
que dejara la comida en la mesa, cosa que hice enseguida, luego sin mediar una
sola palabra me abrazó.
Permanecimos
fundidos en ese abrazo silencioso durante un par de minutos en los que noté
como su cuerpo temblaba entre mis brazos. En esos momentos ya no podía oler la
comida, pues ella desprendía un aroma tan embriagador y penetrante que me
cortaba la respiración. No sabía si era perfume, olor a desinfectante o
simplemente su olor personal, pero ese aroma producía en mí un efecto
anestésico y relajante difícil de describir.
-¿Cómo estás Alba?- Le pregunté.
Ella, sin
soltarme se apartó un poco y mirándome a los ojos me contestó.
-Estoy bien Jaime, aunque he estado mejor, no te lo
voy a negar. He pasado mucho miedo, creía que no lo contábamos cuando
colisionamos en nuestro intento por llegar aquí, fue un verdadero infierno,
después tú estabas inconsciente y no te despertabas. Al principio no pensé
demasiado en ello, porque Eduardo y los demás se ocuparon de mi, intentaron
localizar a mis padres, aunque les fue totalmente imposible, después se tuvieron
que marchar y me quedé completamente sola. Una enfermera que cuidaba de ti,
Alicia, me hizo mucha compañía, incluso anoche dormimos juntas en sacos sobre las
gradas, pero me he sentido muy sola. No sé explicarte porque, pero deseaba con
todas mis fuerzas que despertaras.- Me respondió ella con voz algo
entrecortada.
Durante unos
segundos permanecí en silencio, esas palabras habían sonado como música en mis
oídos, ahora estaba seguro de que ella no me guardaba ningún tipo de rencor y
de que sentía el mismo tipo de vínculo que me unía a ella.
-Siento haberte dejado sola tantas horas, pero eso
no va a pasar nunca más, no hasta que puedas reunirte con tus padres y tú
hermana de nuevo, te lo prometo Alba,-
Ella al
escuchar eso volvió a estrecharme fuertemente entre sus brazos y hundió su
cabeza en mi pecho.
En ese
momento tan agradable mis fuerzas fallaron, la vista se me nubló y perdí un
poco el control sobre mi cuerpo, lo que me hizo tambalearme un poco. Alba
enseguida notó que algo no marchaba bien y me ayudó a sentarme.
-¿Estás bien Jaime? ¡Jaime! ¡Contéstame!- Me ordenó
ella muy preocupada mientras sujetaba mi cara entre sus frías manos.
Yo sacudí la
cabeza intentando despejar las neblinas que se estaban apoderando de mí y
enseguida el aturdimiento comenzó a pasar.
-¡Sí! Tranquila… estoy bien… Creo que solo necesito
comer algo, tengo el estómago vacío. La enfermera me dijo que tenía que
alimentarme, solo es eso.- Le respondí.
Ella arrastró
una silla y se sentó a mi lado, después colocó la sopa caliente y los demás
alimentos frente a mí y me pidió que comiera.
-Tienes que comértelo todo, tienes que ponerte
fuerte para poder cuidar de mí, pero hasta que eso pasé yo cuidaré de ti ¿Vale
Jaime?- Me dijo mientras acariciaba mi cara, para pronunciar esas palabras
empleó un tono de voz tan dulce que me llegó al alma.
No pude hacer
otra cosa que sonreírle y asentir con la cabeza. En cuanto comencé a sorber la
sopa noté como la temperatura subía en mi interior, cuanto más comía mejor me
sentía. En un momento dado Alba y yo comenzamos a hablar, ella empezó a relatarme
como había sido el accidente y como nos habían rescatado.
Por lo visto
yo no me había dado cuenta antes de emprender el descenso de la cuesta de que
al final y tras dos coches patrulla con las luces de policía encendidas nos
aguardaba una gran barricada creada con los coches de los habitantes que habían
llegado hasta el puesto armado en ellos.
El ejército
los había ido amontonando unos encima de otros hasta crear el muro que contaba con
varias filas de grosor, la hilera exterior se elevaba tres o cuatro coches de
altura, la segunda uno menos y así sucesivamente, con lo que los militares
podían apostarse sobre los coches de la segunda fila y mantener a ralla a los
zombis que descendían la larga pendiente cada vez en mayor número.
Para crear la
barricada habían usado potentes brazos hidráulicos de grandes grúas. De hecho,
todo el puesto armado de plaza de toros estaba aislado del exterior mediante
ese mismo método de contención improvisado, se pudo crear antes de que el número
de no muertos fuera tan elevado, razón por la que nuestra bajada estuvo
despejada de vehículos atravesados en la carretera tal y como había sido antes
de llegar a la avenida de Alcoy.
Mientras descendíamos
a toda velocidad varios francotiradores, tanto policías como militares apostados
en balcones de edificios situados detrás del muro nos habían abierto paso
apoyados por varios puestos de ametralladoras MG42, gracias a ese fuego de cobertura que tumbó a casi todos los no
muertos que se interponían entre nosotros y el puesto pudimos llegar tan cerca.
En definitiva, había empotrado el 4x4 contra esa enorme muralla de chatarra a
una velocidad enorme, lo cual casi nos manda al otro barrio a mí y a los demás ocupantes
del Rav4, aunque por suerte eso no sucedió.
Varias
unidades de rescate descendieron del muro para impedir que los zombis que
quedaban en pie llegaran hasta el vehículo y nos devoraran vivos, después de asegurar
la zona ataron el coche al brazo de una grúa y lo pasaron al otro lado de la
muralla con nosotros aun dentro, una vez a salvo nos ayudaron a salir del
coche, a mí se me llevaron en camilla completamente fuera de combate, los
agentes habían resultado casi ilesos, por lo que después de que se comprobara
que estaban bien, les curaron los rasguños y les permitieron descansar unas
horas, mas tarde, fueron mandados como refuerzo a la calle Rambla Méndez Núñez
a asegurar la ruta de escape.
Alba durante la primera hora había permanecido
en observación en una camilla que estaba junto a la mía, pero enseguida se
verificó que no estaba infectada y se la permitió salir libremente al exterior,
aunque ella se quedó casi todo el tiempo junto a mi esperando a que yo me
despertara, luego, esa misma mañana, la enfermera Alicia, la había puesto a
cargo de la comida para que se distrajera un poco.
Todo lo que
me contaba parecía sacado de una película de acción, viéndolo desde la relativa
seguridad que el muro de contención nos proporcionaba me pareció incluso emocionante,
era como si yo realmente no hubiera estado presente durante esos
acontecimientos.
-Están tan cerca que me da pánico solo el hecho de
pensarlo.- Dijo Alba. Me dio la impresión de que su rostro palidecía un poco al
pronunciar esas palabras.
-¿Qué quieres decir con eso? Aquí estamos seguros,
al menos de momento, no te preocupes.- Le respondí.
-No lo entiendes Jaime, están al otro lado del muro,
la barricada solo corta la mitad de esta plaza, por lo que tras ella, se agolpan
cientos de esas cosas, se les puede mirar desde arriba perfectamente, mucha gente
sube a observarlos, yo misma esta mañana quise asomarme a verlos, pero en el
último momento no me atreví… esos sonidos que emiten me dan mucho miedo y me
traen muy malos recuerdos… pero la verdad es que me gustaría poder verlos a la
luz del día y desde un lugar seguro como este, siento que necesito hacerlo.
¿Crees que podríamos ir a verlos cuando termines de
comer? Contigo a mi lado estoy segura de que me atreveré a mirarlos.- Me
preguntó ella.
Tuve la
sensación de que necesitaba que yo también los viera, parecía que ella tenía la
esperanza de que yo le pudiera dar algún tipo de explicación, Alba necesitaba
verlos, y la verdad, es que yo también, no era morbo, es importante conocer al
enemigo al que te enfrentas, así que a pesar de que nos movieran razones algo diferentes
para pegar una ojeada al infierno en la tierra, asentí con la cabeza y me puse
en pie.
-Si vamos a verlos, lo haremos ya, iremos ahora,
antes de que comience a oscurecer.- Le dije.
Nuestros ojos
se encontraron y no hubo más palabras entre nosotros. Alba se puso también en
pie y me cogió de la mano, después salimos al exterior y avanzó por delante
mía, pasamos entre la gente que seguía demandando los alimentos y casi al
instante nos encontrábamos en el pasillo circular por el que una hora antes
había llegado hasta el puesto de comida.
Mientras
caminábamos de vez en cuando, Alba se giraba y me miraba a la cara, me dio la
sensación de que a pesar de tenerme cogido de la mano, intentaba constatar que
yo seguía detrás de ella, su rostro mantenía una expresión tensa, pero aunque
su mirada era sombría no mostraba miedo, era algo diferente, más bien me
transmitía angustia.
Subimos unas
amplias escaleras que daban acceso al graderío y una vez en el, ascendimos por
una larga y estrecha escalinata hasta que llegamos a lo más alto de la plaza,
ahí es donde se encuentran las dos alturas de las gradas a la sombra, una vez
en ellas ascendimos a la segunda planta de estas y caminamos por su corredor interior
que dibuja un enorme círculo el cual discurre por debajo del techado entejado.
Pasamos junto a varias filas de enormes arcos de piedra que daban a la parte
exterior del recinto taurino. No pude evitar mirar con el rabillo del ojo por
ellos a la calle, la cual estaba prácticamente desierta, exceptuando los
vehículos militares y los soldados que se encontraban repartidos en varios
puntos de la plaza de España, no se podía ver a ningún civil transitando por
ella.
Enseguida los
agudos y desagradables sonidos que los no muertos emitían comenzaron a llegar a
nuestros oídos. Noté como la mano de Alba se cerraba sobré la mía con mucha más
fuerza.
De repente
alba se detuvo frente a uno de los grandes arcos y se giró hacia mí.
-Hemos llegado, ellos están ahí abajo… aguardando…-
Me indicó Alba.
En esos
momentos el sonido que llegaba hasta nosotros era apabullante, incluso dudé por
un momento de si mirar a fuera sería una buena idea, tenía la sensación de que
después de que viéramos esa imagen jamás la podríamos borrar de nuestros
recuerdos, pero aun así, la curiosidad era demasiado fuerte.
-Bueno Alba, lo aremos a la vez.- le dije, mientas
ponía mi mano libre en su cintura y empujaba de ella en dirección al mirador. Alba
al principio pareció frenarse, pero solo fue un acto reflejo, pues enseguida
caminó junto a mí sin oponer resistencia hasta que llegamos al borde del arco y
enfocamos nuestra vista abajo.
Lo que ese
lugar mostraba era un panorama por el que cualquier director de películas de
terror abría matado por poder filmarlo. No eran cientos de no muertos, lo que
se agolpaba tras el muro de contención eran decenas de miles de esas cosas, la
tambaleante fila discurría por toda la avenida de Jijona y se perdía en la
distancia como si el número de muertos vivientes fuera absolutamente infinito.
Alba no pronunciaba una sola palabra, solamente barría
con su mirada la inmensa legión salida del mismísimo averno. Yo, en cambio, no
podía dejar de pronunciar en voz baja maldiciones, tacos, palabras mal sonantes
y nombrar a dios y a alguna virgen que otra, aunque poco después me quedé en
completo silencio al igual que ella.
Lo cierto es
que el bamboleo de aquella enorme masa era algo hipnótico que incluso te hacía
perder la noción del tiempo, pero poco a poco mi mirada comenzó a seleccionar a
algunos de ellos de manera individual y casi sin darme cuenta empecé a notar
diferencias en el comportamiento de unos y otros, cosa que me llamó mucho la
atención.
Algunos de
ellos, principalmente los que más daños físicos mostraban, se movían de manera torpe
y parecían atontados, era como si el control sobre sus funciones motrices
estuviera altamente mermado, los que estaban junto al muro de contención
chocaban contra él, retrocedían un paso y de nuevo se volvían a golpear, su
comportamiento dejaba de manifiesto que su mente no funcionaba con lucidez,
además, era como si ignoraran a los demás zombis que tenían a su alrededor,
para ellos solo existía ese muro que les impedía cruzar al otro lado, pero sin
embargo, había entre ellos otros muy distintos, eran una minoría, pero las
diferencias llamaban la atención una vez te fijabas en ellos, giraban el cuello
y miraban en todas direcciones, como buscando algo, caminaban entre sus
congéneres llegando incluso a empujarlos y tirarlos al suelo, a lo que los otros
zombis, simplemente respondían poniéndose lentamente de nuevo en pie, ignorantes
por completo de lo que les había pasado.
Estos zombis a los que comencé a llamar caminantes,
se movían muy fluidamente, incluso daba la impresión de que en cualquier
momento podían salir corriendo en alguna dirección o intentar trepar la
barricada, aunque sospechosamente no lo hacían, lo que más les diferenciaba de
a los que llamé podridos era su estado físico y su color de piel, mientras que
los cochambrosos podridos estaban muy deteriorados y presentaban enormes y
desagradables mutilaciones, la piel de estos tenía un color entre blanquecino y amoratado, tal y como la
que presentaba el hermano de Alba cuando regresó de entre los muertos, pero los
caminantes eran más parecidos a cabeza bola, su piel tenía un color mas
amarillento y no presentaban apenas daños físicos que dejaran entrever la razón
real por la que habían pasado a formar parte de aquella marea de no muertos.
-¿Por qué son tan diferentes…? No lo comprendo.- Pregunté
en voz alta muy desconcertado.
Ella me miró y pude notar que no entendía a lo que
me refería.
-¿Qué quieres decir? No te entiendo Jaime, a mi me
parecen todos iguales.- Me dijo ella muy extrañada, empleando un tono de voz tan
bajo que casi me pareció un susurro, daba la impresión de que tenía miedo de
que alguno la escuchara.
-No, no lo son ¡Mira a ese!, al que está junto a la
palmera, el que tiene la camiseta roja. ¿No ves algo extraño en él?- Le pregunté
mientras le indicaba con el dedo índice a un zombi que empujaba a todos los que
se le acercaban y que miraba en todas direcciones con mirada furiosa.
Alba durante unos segundos lo observó en silencio,
pero de repente dio un brinco y se escondió tras el muro.
-¿Qué pasa? ¿Qué has visto?- Le pregunté.
-Esa…esa… cosa ¡Me a mirado! Tienes razón son muy distintos.
Yo volví a
asomarme y alba me siguió. Después juntos buscamos con la mirada al caminante
de la camiseta roja, lo que decía Alba era cierto, el zombi aun continuaba observándonos
y cuando nuestras miradas se encontraron con la de él los labios de este se
replegaron dejando a la vista lo que me pareció una inmensa fila de dientes
desproporcionadamente grandes, después tendió la mano en dirección a nosotros
de manera desafiante mientras a su vez abría la boca, de la que cayó un chorro
de oscura y viscosa sustancia que se deslizó lentamente por su barbilla hasta
derramarse sobre su pecho y el suelo.
-¡Ya está bien! ¡Ya es suficiente…!- dije en voz
alta al tiempo que apartaba a Alba de la dantesca imagen.
-¿Lo ves? Nos miraba a nosotros, nos ha señalado, es
lo que tú decías, los hay diferentes ¿Qué significa eso? ¿Por qué los hay
distintos?- Me preguntó Alba muy alterada.
-Alba, Alba, ¡Tranquilízate! No tengo ni
la más remota idea, quizá murieron hace poco, o puede que sea porque ese virus o
lo que sea esa cosa no actúa en todos por igual, algo así me comentó la
enfermera, pero que existan variaciones entre unos y otros en el fondo no
cambia nada, la situación sigue siendo la misma. ¿No te parece?- le dije sujetando
su cara entre mis manos para que me mirara a mí y no al exterior. Después la cogí
de la mano y esta vez fui yo quien la dirigió al interior de la plaza de toros.
Cuando comenzamos el descenso por la estrecha
escalinata el sol ya comenzaba a esconderse. Alba algo más tranquila me dijo que tenía que
regresar al puesto de comida ya que se había comprometido con Alicia la
enfermera, pero que antes debía darme una cosa. Después me indicó que fuéramos a un lugar de
las gradas donde un saco de dormir azul reposaba enrollado sobre el hormigón.
Ella lo cogió y metió la mano en su interior, al sacarla pude ver que en su
mano cerrada traía agarrado su bolso, el mismo que yo había bajado a recoger en
el garaje, después ella introdujo los dedos y sacó mi teléfono móvil, el cual
yo ya había dado por perdido.
-¡Toma! Te lo he estado guardando. Eduardo
lo recuperó del interior de tu coche y me lo dio antes de marcharse, me dijo
que te lo diera cuando te despertaras, él lo apagó para que tuvieras batería cuando
lo encendieras.- Me aclaró ella mientras me lo ponía en la mano.
-Muchas gracias por guardármelo, voy a
ver si averiguo cual es el paradero de mis hermanos, por cierto, Alba… ¿Has
intentado hablar con tus padres?- Le pregunté.
-Varias veces, pero sus teléfonos ya
aparecen como apagados o fuera de cobertura… siendo optimista, imagino que no se
los llevarían consigo, como tú me dijiste. ¡Bueno Jaime! Me marcho, tú quédate aquí
y en un par de horas regresaré y hablamos, tenemos que pensar que es lo que
vamos a hacer…-
Yo
asentí con la cabeza, después Alba se dio media vuelta y se marchó dedicándome antes
una amable sonrisa. Estuve mirándola todo el rato hasta que desapareció de mi
campo visual. Después me senté sobre el mullido saco de dormir y coloqué el terminal
entre mis dos manos.
-¿Dónde estarán mis hermanos?- Me dije a
mi mismo mientras encendía mi teléfono móvil.
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