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Fan por Fan

domingo, 22 de julio de 2012

CAPÍTULO 13: Una ojeada al infierno


 Me acerqué al grupo de gente que creaba una verdadera barrera entre ella y yo. Penetré entre la muchedumbre y poco a poco fui abriéndome paso hacia el mostrador. Muchos ponían mala cara cuando les apartaba sutilmente con la mano o el brazo, y algunos estuvieron a punto de llamarme la atención al pensar que intentaba colarme, pero al girarse y verme perfectamente uniformado no emitían ni una sola palabra por sus bocas, esa situación me hizo sonreír en más de una ocasión, pues estaba seguro que de no tener puesto el uniforme, habría sido muy posible que hubiera terminado peleándome con alguna de aquellas personas.

 Por fin llegué al mostrador y conseguí colocarme justo delante de Alba. Ella parecía ausente, me recordó vagamente a un robot camarero, como los que te servían las copas en algunos bares de Japón, llenaba unos tazones de aluminio con sopa caliente y los dejaba cuidadosamente sobre una mesa en la que también había colocados ordenadamente otros alimentos. A cada persona, las demás mujeres le entregaban la ración de sopa, una pieza de fruta y una lata de conservas con el logotipo de la cruz roja.
 Alba me miró de reojo y supongo que al ver los verdes colores de mis ropas cogió una ración de sopa y el resto de los alimentos que completaban el menú del día y me los dejó sobre la barra, pero ni se dio cuenta de que era yo.

-Gracias Alba…- Le dije. No sabía muy bien como debía comportarme, pues no me podía imaginar cómo reaccionaría ante mi presencia ahora que estaba ya fuera del estado de shock, sabía que prácticamente no nos conocíamos de nada, pero la sensación de que estaba más unido a ella que a nadie en esos momentos no me abandonaba, supongo que el vivir con Alba el fin del mundo desde el minuto cero, había creado algún extraño vínculo en mí difícil de describir.

  Alba, al escuchar su nombre dio un respingo e inmediatamente se giró, su mirada ascendió desde mi pecho hasta que nuestros ojos se encontraron. Cuando se dio cuenta de que era yo sus labios dibujaron una gran sonrisa hasta dejar al descubierto unos perfectos y blancos dientes. Su semblante cambió completamente hasta el punto de que me costó reconocerla, Era la primera vez que la veía sonreír de verdad, desde que nos habíamos conocido solo había podido verla pasando penurias y desgracias, eso me hizo preguntarme como sería realmente Alba antes de todo esto, el recordar que nos habíamos conocido en tan dramáticas circunstancias me apenó profundamente, pero aun así, el verla sonreírme de esa manera hizo que me sintiera como si me retiraran de encima mil kilos de peso, así que involuntariamente le devolví una sonrisa de oreja a oreja.

-¡Jaime! ¡Estás bien! ¡Estás consciente!- Dijo muy contenta. Después dejó rápidamente el recipiente de sopa caliente que sostenía en la mano y acto seguido informó a las otras dos mujeres de que se retiraba durante un rato. Alba me levantó una parte del mostrador que tenía unas bisagras y me invitó a pasar dentro, yo entré con la comida aun en las manos y la seguí hasta un cuartito al que se accedía por un pequeño marco sin puerta.
 La estancia no medía más de cinco metros cuadrados, en su centro, una pequeña mesa de madera con tres sillas a su alrededor presidía el lugar, el cuarto estaba escasamente iluminado gracias a una bombilla de baja potencia que colgaba del techo, supuse que se trataba del lugar de descanso para los dependientes del puesto de aperitivos y que hacía las veces de despensa. Un calendario del año anterior permanecía clavado con una chincheta a una de las paredes en la que varias estanterías vacías que había colgadas en ella, le proporcionaban al lugar un aspecto algo lúgubre. La sombría idea de que nadie sustituiría ese almanaque por uno actualizado y de que nadie llenaría esas repisas nunca más se me pasó por la cabeza.
 Alba me dijo que dejara la comida en la mesa, cosa que hice enseguida, luego sin mediar una sola palabra me abrazó.

 Permanecimos fundidos en ese abrazo silencioso durante un par de minutos en los que noté como su cuerpo temblaba entre mis brazos. En esos momentos ya no podía oler la comida, pues ella desprendía un aroma tan embriagador y penetrante que me cortaba la respiración. No sabía si era perfume, olor a desinfectante o simplemente su olor personal, pero ese aroma producía en mí un efecto anestésico y relajante difícil de describir.

-¿Cómo estás Alba?- Le pregunté.

 Ella, sin soltarme se apartó un poco y mirándome a los ojos me contestó.

-Estoy bien Jaime, aunque he estado mejor, no te lo voy a negar. He pasado mucho miedo, creía que no lo contábamos cuando colisionamos en nuestro intento por llegar aquí, fue un verdadero infierno, después tú estabas inconsciente y no te despertabas. Al principio no pensé demasiado en ello, porque Eduardo y los demás se ocuparon de mi, intentaron localizar a mis padres, aunque les fue totalmente imposible, después se tuvieron que marchar y me quedé completamente sola. Una enfermera que cuidaba de ti, Alicia, me hizo mucha compañía, incluso anoche dormimos juntas en sacos sobre las gradas, pero me he sentido muy sola. No sé explicarte porque, pero deseaba con todas mis fuerzas que despertaras.- Me respondió ella con voz algo entrecortada.

 Durante unos segundos permanecí en silencio, esas palabras habían sonado como música en mis oídos, ahora estaba seguro de que ella no me guardaba ningún tipo de rencor y de que sentía el mismo tipo de vínculo que me unía a ella.

-Siento haberte dejado sola tantas horas, pero eso no va a pasar nunca más, no hasta que puedas reunirte con tus padres y tú hermana de nuevo, te lo prometo Alba,-
 Ella al escuchar eso volvió a estrecharme fuertemente entre sus brazos y hundió su cabeza en mi pecho.
 En ese momento tan agradable mis fuerzas fallaron, la vista se me nubló y perdí un poco el control sobre mi cuerpo, lo que me hizo tambalearme un poco. Alba enseguida notó que algo no marchaba bien y me ayudó a sentarme.

-¿Estás bien Jaime? ¡Jaime! ¡Contéstame!- Me ordenó ella muy preocupada mientras sujetaba mi cara entre sus frías manos.
 Yo sacudí la cabeza intentando despejar las neblinas que se estaban apoderando de mí y enseguida el aturdimiento comenzó a pasar.

-¡Sí! Tranquila… estoy bien… Creo que solo necesito comer algo, tengo el estómago vacío. La enfermera me dijo que tenía que alimentarme, solo es eso.- Le respondí.
 Ella arrastró una silla y se sentó a mi lado, después colocó la sopa caliente y los demás alimentos frente a mí y me pidió que comiera.

-Tienes que comértelo todo, tienes que ponerte fuerte para poder cuidar de mí, pero hasta que eso pasé yo cuidaré de ti ¿Vale Jaime?- Me dijo mientras acariciaba mi cara, para pronunciar esas palabras empleó un tono de voz tan dulce que me llegó al alma.

 No pude hacer otra cosa que sonreírle y asentir con la cabeza. En cuanto comencé a sorber la sopa noté como la temperatura subía en mi interior, cuanto más comía mejor me sentía. En un momento dado Alba y yo comenzamos a hablar, ella empezó a relatarme como había sido el accidente y como nos habían rescatado.

 Por lo visto yo no me había dado cuenta antes de emprender el descenso de la cuesta de que al final y tras dos coches patrulla con las luces de policía encendidas nos aguardaba una gran barricada creada con los coches de los habitantes que habían llegado hasta el puesto armado en ellos.

 El ejército los había ido amontonando unos encima de otros hasta crear el muro que contaba con varias filas de grosor, la hilera exterior se elevaba tres o cuatro coches de altura, la segunda uno menos y así sucesivamente, con lo que los militares podían apostarse sobre los coches de la segunda fila y mantener a ralla a los zombis que descendían la larga pendiente cada vez en mayor número.

 Para crear la barricada habían usado potentes brazos hidráulicos de grandes grúas. De hecho, todo el puesto armado de plaza de toros estaba aislado del exterior mediante ese mismo método de contención improvisado, se pudo crear antes de que el número de no muertos fuera tan elevado, razón por la que nuestra bajada estuvo despejada de vehículos atravesados en la carretera tal y como había sido antes de llegar a la avenida de Alcoy.

 Mientras descendíamos a toda velocidad varios francotiradores, tanto policías como militares apostados en balcones de edificios situados detrás del muro nos habían abierto paso apoyados por varios puestos de ametralladoras MG42, gracias a ese fuego de cobertura que tumbó a casi todos los no muertos que se interponían entre nosotros y el puesto pudimos llegar tan cerca. En definitiva, había empotrado el 4x4 contra esa enorme muralla de chatarra a una velocidad enorme, lo cual casi nos manda al otro barrio a mí y a los demás ocupantes del Rav4, aunque por suerte eso no sucedió.

 Varias unidades de rescate descendieron del muro para impedir que los zombis que quedaban en pie llegaran hasta el vehículo y nos devoraran vivos, después de asegurar la zona ataron el coche al brazo de una grúa y lo pasaron al otro lado de la muralla con nosotros aun dentro, una vez a salvo nos ayudaron a salir del coche, a mí se me llevaron en camilla completamente fuera de combate, los agentes habían resultado casi ilesos, por lo que después de que se comprobara que estaban bien, les curaron los rasguños y les permitieron descansar unas horas, mas tarde, fueron mandados como refuerzo a la calle Rambla Méndez Núñez a asegurar la ruta de escape.

  Alba durante la primera hora había permanecido en observación en una camilla que estaba junto a la mía, pero enseguida se verificó que no estaba infectada y se la permitió salir libremente al exterior, aunque ella se quedó casi todo el tiempo junto a mi esperando a que yo me despertara, luego, esa misma mañana, la enfermera Alicia, la había puesto a cargo de la comida para que se distrajera un poco.

 Todo lo que me contaba parecía sacado de una película de acción, viéndolo desde la relativa seguridad que el muro de contención nos proporcionaba me pareció incluso emocionante, era como si yo realmente no hubiera estado presente durante esos acontecimientos.
-Están tan cerca que me da pánico solo el hecho de pensarlo.- Dijo Alba. Me dio la impresión de que su rostro palidecía un poco al pronunciar esas palabras.

-¿Qué quieres decir con eso? Aquí estamos seguros, al menos de momento, no te preocupes.- Le respondí.

-No lo entiendes Jaime, están al otro lado del muro, la barricada solo corta la mitad de esta plaza, por lo que tras ella, se agolpan cientos de esas cosas, se les puede mirar desde arriba perfectamente, mucha gente sube a observarlos, yo misma esta mañana quise asomarme a verlos, pero en el último momento no me atreví… esos sonidos que emiten me dan mucho miedo y me traen muy malos recuerdos… pero la verdad es que me gustaría poder verlos a la luz del día y desde un lugar seguro como este, siento que necesito hacerlo.

¿Crees que podríamos ir a verlos cuando termines de comer? Contigo a mi lado estoy segura de que me atreveré a mirarlos.- Me preguntó ella.

 Tuve la sensación de que necesitaba que yo también los viera, parecía que ella tenía la esperanza de que yo le pudiera dar algún tipo de explicación, Alba necesitaba verlos, y la verdad, es que yo también, no era morbo, es importante conocer al enemigo al que te enfrentas, así que a pesar de que nos movieran razones algo diferentes para pegar una ojeada al infierno en la tierra, asentí con la cabeza y me puse en pie.

-Si vamos a verlos, lo haremos ya, iremos ahora, antes de que comience a oscurecer.- Le dije.

 Nuestros ojos se encontraron y no hubo más palabras entre nosotros. Alba se puso también en pie y me cogió de la mano, después salimos al exterior y avanzó por delante mía, pasamos entre la gente que seguía demandando los alimentos y casi al instante nos encontrábamos en el pasillo circular por el que una hora antes había llegado hasta el puesto de comida.

 Mientras caminábamos de vez en cuando, Alba se giraba y me miraba a la cara, me dio la sensación de que a pesar de tenerme cogido de la mano, intentaba constatar que yo seguía detrás de ella, su rostro mantenía una expresión tensa, pero aunque su mirada era sombría no mostraba miedo, era algo diferente, más bien me transmitía angustia.

 Subimos unas amplias escaleras que daban acceso al graderío y una vez en el, ascendimos por una larga y estrecha escalinata hasta que llegamos a lo más alto de la plaza, ahí es donde se encuentran las dos alturas de las gradas a la sombra, una vez en ellas ascendimos a la segunda planta de estas y caminamos por su corredor interior que dibuja un enorme círculo el cual discurre por debajo del techado entejado. Pasamos junto a varias filas de enormes arcos de piedra que daban a la parte exterior del recinto taurino. No pude evitar mirar con el rabillo del ojo por ellos a la calle, la cual estaba prácticamente desierta, exceptuando los vehículos militares y los soldados que se encontraban repartidos en varios puntos de la plaza de España, no se podía ver a ningún civil transitando por ella.

 Enseguida los agudos y desagradables sonidos que los no muertos emitían comenzaron a llegar a nuestros oídos. Noté como la mano de Alba se cerraba sobré la mía con mucha más fuerza.

 De repente alba se detuvo frente a uno de los grandes arcos y se giró hacia mí.

-Hemos llegado, ellos están ahí abajo… aguardando…- Me indicó Alba.

 En esos momentos el sonido que llegaba hasta nosotros era apabullante, incluso dudé por un momento de si mirar a fuera sería una buena idea, tenía la sensación de que después de que viéramos esa imagen jamás la podríamos borrar de nuestros recuerdos, pero aun así, la curiosidad era demasiado fuerte.

-Bueno Alba, lo aremos a la vez.- le dije, mientas ponía mi mano libre en su cintura y empujaba de ella en dirección al mirador. Alba al principio pareció frenarse, pero solo fue un acto reflejo, pues enseguida caminó junto a mí sin oponer resistencia hasta que llegamos al borde del arco y enfocamos nuestra vista abajo.

 Lo que ese lugar mostraba era un panorama por el que cualquier director de películas de terror abría matado por poder filmarlo. No eran cientos de no muertos, lo que se agolpaba tras el muro de contención eran decenas de miles de esas cosas, la tambaleante fila discurría por toda la avenida de Jijona y se perdía en la distancia como si el número de muertos vivientes fuera absolutamente infinito.

Plaza Toros Alicante2

 Alba no pronunciaba una sola palabra, solamente barría con su mirada la inmensa legión salida del mismísimo averno. Yo, en cambio, no podía dejar de pronunciar en voz baja maldiciones, tacos, palabras mal sonantes y nombrar a dios y a alguna virgen que otra, aunque poco después me quedé en completo silencio al igual que ella.

 Lo cierto es que el bamboleo de aquella enorme masa era algo hipnótico que incluso te hacía perder la noción del tiempo, pero poco a poco mi mirada comenzó a seleccionar a algunos de ellos de manera individual y casi sin darme cuenta empecé a notar diferencias en el comportamiento de unos y otros, cosa que me llamó mucho la atención.

 Algunos de ellos, principalmente los que más daños físicos mostraban, se movían de manera torpe y parecían atontados, era como si el control sobre sus funciones motrices estuviera altamente mermado, los que estaban junto al muro de contención chocaban contra él, retrocedían un paso y de nuevo se volvían a golpear, su comportamiento dejaba de manifiesto que su mente no funcionaba con lucidez, además, era como si ignoraran a los demás zombis que tenían a su alrededor, para ellos solo existía ese muro que les impedía cruzar al otro lado, pero sin embargo, había entre ellos otros muy distintos, eran una minoría, pero las diferencias llamaban la atención una vez te fijabas en ellos, giraban el cuello y miraban en todas direcciones, como buscando algo, caminaban entre sus congéneres llegando incluso a empujarlos y tirarlos al suelo, a lo que los otros zombis, simplemente respondían poniéndose lentamente de nuevo en pie, ignorantes por completo de lo que les había pasado.

Estos zombis a los que comencé a llamar caminantes, se movían muy fluidamente, incluso daba la impresión de que en cualquier momento podían salir corriendo en alguna dirección o intentar trepar la barricada, aunque sospechosamente no lo hacían, lo que más les diferenciaba de a los que llamé podridos era su estado físico y su color de piel, mientras que los cochambrosos podridos estaban muy deteriorados y presentaban enormes y desagradables mutilaciones, la piel de estos tenía un color  entre blanquecino y amoratado, tal y como la que presentaba el hermano de Alba cuando regresó de entre los muertos, pero los caminantes eran más parecidos a cabeza bola, su piel tenía un color mas amarillento y no presentaban apenas daños físicos que dejaran entrever la razón real por la que habían pasado a formar parte de aquella marea de no muertos.

-¿Por qué son tan diferentes…? No lo comprendo.- Pregunté en voz alta muy desconcertado.

Ella me miró y pude notar que no entendía a lo que me refería.

-¿Qué quieres decir? No te entiendo Jaime, a mi me parecen todos iguales.- Me dijo ella muy extrañada, empleando un tono de voz tan bajo que casi me pareció un susurro, daba la impresión de que tenía miedo de que alguno la escuchara.

-No, no lo son ¡Mira a ese!, al que está junto a la palmera, el que tiene la camiseta roja. ¿No ves algo extraño en él?- Le pregunté mientras le indicaba con el dedo índice a un zombi que empujaba a todos los que se le acercaban y que miraba en todas direcciones con mirada furiosa.

Alba durante unos segundos lo observó en silencio, pero de repente dio un brinco y se escondió tras el muro.

-¿Qué pasa? ¿Qué has visto?- Le pregunté.

-Esa…esa… cosa ¡Me a mirado! Tienes razón son muy distintos.

 Yo volví a asomarme y alba me siguió. Después juntos buscamos con la mirada al caminante de la camiseta roja, lo que decía Alba era cierto, el zombi aun continuaba observándonos y cuando nuestras miradas se encontraron con la de él los labios de este se replegaron dejando a la vista lo que me pareció una inmensa fila de dientes desproporcionadamente grandes, después tendió la mano en dirección a nosotros de manera desafiante mientras a su vez abría la boca, de la que cayó un chorro de oscura y viscosa sustancia que se deslizó lentamente por su barbilla hasta derramarse sobre su pecho y el suelo.

-¡Ya está bien! ¡Ya es suficiente…!- dije en voz alta al tiempo que apartaba a Alba de la dantesca imagen.

-¿Lo ves? Nos miraba a nosotros, nos ha señalado, es lo que tú decías, los hay diferentes ¿Qué significa eso? ¿Por qué los hay distintos?- Me preguntó Alba muy alterada.

-Alba, Alba, ¡Tranquilízate! No tengo ni la más remota idea, quizá murieron hace poco, o puede que sea porque ese virus o lo que sea esa cosa no actúa en todos por igual, algo así me comentó la enfermera, pero que existan variaciones entre unos y otros en el fondo no cambia nada, la situación sigue siendo la misma. ¿No te parece?- le dije sujetando su cara entre mis manos para que me mirara a mí y no al exterior. Después la cogí de la mano y esta vez fui yo quien la dirigió al interior de la plaza de toros.

 Cuando comenzamos el descenso por la estrecha escalinata el sol ya comenzaba a esconderse.  Alba algo más tranquila me dijo que tenía que regresar al puesto de comida ya que se había comprometido con Alicia la enfermera, pero que antes debía darme una cosa.  Después me indicó que fuéramos a un lugar de las gradas donde un saco de dormir azul reposaba enrollado sobre el hormigón. Ella lo cogió y metió la mano en su interior, al sacarla pude ver que en su mano cerrada traía agarrado su bolso, el mismo que yo había bajado a recoger en el garaje, después ella introdujo los dedos y sacó mi teléfono móvil, el cual yo ya había dado por perdido.

-¡Toma! Te lo he estado guardando. Eduardo lo recuperó del interior de tu coche y me lo dio antes de marcharse, me dijo que te lo diera cuando te despertaras, él lo apagó para que tuvieras batería cuando lo encendieras.- Me aclaró ella mientras me lo ponía en la mano.

-Muchas gracias por guardármelo, voy a ver si averiguo cual es el paradero de mis hermanos, por cierto, Alba… ¿Has intentado hablar con tus padres?- Le pregunté.

-Varias veces, pero sus teléfonos ya aparecen como apagados o fuera de cobertura… siendo optimista, imagino que no se los llevarían consigo, como tú me dijiste. ¡Bueno Jaime! Me marcho, tú quédate aquí y en un par de horas regresaré y hablamos, tenemos que pensar que es lo que vamos a hacer…-

 Yo asentí con la cabeza, después Alba se dio media vuelta y se marchó dedicándome antes una amable sonrisa. Estuve mirándola todo el rato hasta que desapareció de mi campo visual. Después me senté sobre el mullido saco de dormir y coloqué el terminal entre mis dos manos.

-¿Dónde estarán mis hermanos?- Me dije a mi mismo mientras encendía mi teléfono móvil.

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