El
aparato se encendió y su pantalla se iluminó como un fogonazo rompiendo sobre
mi cara la penumbra que reinaba en el interior de la plaza de toros.
Enseguida
los mensajes comenzaron a llegar, algunos eran solo registros de llamadas
perdidas de mis hermanos, pero los demás, eran mensajes de texto de mi hermano
Toni, en ellos, y como habíamos acordado, me pasaba un informe de cuál era su
posición y su situación.
12:30: Hola Jaime, seguimos de camino al punto
seguro, hay un gran atasco, la cola de coches es interminable, aunque ya se ven
a lo lejos los muros del cuartel parece
que podríamos tardar horas en llegar, Fran y yo hemos barajado la posibilidad
de abandonar el coche en el arcén e ir a pie hasta allí, pero a Estefanía le da
miedo bajar del vehículo. ¿Dónde estás?
13:21: ¿Estás bien? Nosotros seguimos metidos en
este interminable atasco, apenas hemos avanzado doscientos metros en todo este
tiempo. Hace un rato que Fran se bajó del coche y se subió al techo, parece que
hay un accidente más adelante, si en treinta minutos la situación sigue igual
caminaremos hasta el punto seguro aunque tengamos que llevar a rastras a
Estefa.
13:35: ¡Joder Jaime! ¿Dónde coño estás metido?
14:10: Las cosas se han puesto muy feas, mucha
gente nos adelanta corriendo, parece que escapan de algo, no sé lo que sucede
al final de la cola, pero se escuchan disparos. Vamos a salir del coche y a
continuar a pie.
14:39: Jaime espero que estés bien, Hemos perdido a
Fran en la estampida de gente que corre hacia el cuartel, Estefanía sigue
conmigo y está bien. Esas cosas vienen hacia aquí, los militares intentan contener
su avance, pero son demasiados, vamos a seguir corriendo, nos queda muy poco
para llegar, aunque por delante también hay problemas, se escuchan disparos por
todas partes, pero vamos a intentarlo. Un abrazo de tus hermanos que te
quieren.
Una
vez terminé de leer todos los mensajes me encontré apretando tan fuertemente el
teléfono entre mis manos que incluso sentí como crujía el terminal entre mis
dedos a punto de romperse en pedazos.
Rápidamente
llamé a mi hermano Toni para poder explicarle que era lo que me había pasado y
saber de ellos, pero su teléfono estaba apagado o sin cobertura, lo mismo
sucedió con el de mis hermanos Fran y Estefanía.
Mis ojos se
inundaron y dos lágrimas se deslizaron mejillas abajo. Sin duda ese último
mensaje era una despedida, mi hermano Toni jamás me había dicho un te quiero,
estaba claro que no tenía demasiadas esperanzas de conseguir llegar al cuartel.
La impotencia
y la amargura se apoderaron de mi espíritu y una fantasmal imagen en la que mis
hermanos ya formaban parte de una horda de zombis se instauró tan fuertemente
en mi pensamiento que llegó a nublar por completo todos mis sentidos.
-No, no, no, ¡Noooooo!- Grité tan fuerte, que muchas
de las personas que estaban sentadas en las gradas del recinto se giraron
sobresaltadas y me miraron con expresión de espanto.
A todas esas
caras tan diferentes que me observaban en silencio, las unía algo, algo que las
hacía a pesar de ser tan dispares a asemejarse las unas a las otras como si
todas formaran parte de una misma familia. Lo que las hacía tan parecidas era
que todas ellas reflejaban el terror y que sus ojos mostraban tristeza y
angustia, tristeza por todos los seres queridos a los que habían perdido y angustia
por la sensación de impotencia que este nuevo mundo generaba en todas y cada
una de las personas que aun quedaban vivas, entonces entendí que yo era uno más
de aquella gran familia, que a toda esa gente solo le quedaba una cosa por la
que luchar, solo podían pelear por sus propias vidas y comprendí que yo no era
diferente, ya no me quedaba nada, solo mi propia existencia, era el momento de
ser fuerte y de no dejarse vencer por el desánimo, quizá mis hermanos
estuvieran vivos o quizá muertos, pero eso no cambiaba la realidad, el hecho de
que ya no podíamos hacer nada los unos por los otros era una realidad
omnipresente y cuando conseguí asimilar eso me puse en pie lentamente y
encaminé mis pasos escalinatas arriba en dirección al gran arco desde el que
minutos antes Alba y yo habíamos contemplado a la marea de zombis. Tenía que
verlos nuevamente, tenía que contemplar una vez más al enemigo, ver el mundo
que me aguardaba tras los altos muros y que era lo que me esperaba de no
luchar, de dejar que la amargura se apoderara de mí por completo.
Como un
autómata realicé nuevamente el ascenso y en un santiamén me encontré nuevamente
a tres pasos del mirador. A pesar de que
Alba me había dicho que algunas personas subían a mirar a los no muertos, esta
vez tampoco había nadie observando, estaba completamente solo, pero no tenía
miedo.
Avancé y me asomé
a la calle. Ahora ya era casi de noche, pero la luz solar había dejado paso al
anaranjado alumbrado público, lo que le daba a la marea un aspecto subrrealista
y extremadamente siniestro. Los no muertos continuaban en el mismo lugar donde
los habíamos dejado, los podridos más
adelantados seguían chocándose monótonamente una y otra vez contra la
descomunal barricada de vehículos y los caminantes seguían moviéndose entre sus
congéneres con su incansable ir y venir. Me dio la impresión de que con la
oscuridad que brinda la noche los movimientos de aquellos seres se habían
acelerado considerablemente.
Barrí con la
mirada la interminable serpiente formada por cabezas tambaleantes que se perdía
en la distancia, sentía la extraña sensación de que tenía que encontrar algo
entre toda esa inmundicia, aunque no sabía exactamente el qué.
Ese era el
enemigo, eran los enemigos, a los que tendría que sobrevivir quizá por el resto
de mi vida, y tenía que comprender, algo se me escapaba, algo se le escapaba a
todo el mundo.
-¿Cómo es posible que esta basura andante esté
derrotando ejércitos bien armados? ¿Qué estamos haciendo mal…? – Me pregunté en
voz alta mientras seguía expectante con mis ojos en hipnótico bamboleo de las
miles de cabezas que lo abarrotaban todo, hasta que de golpe me topé con una
que llamó mi atención, estaba estática, inmóvil.
Agudicé la
vista para inspeccionar lo mejor posible al individuo de larga melena negra que
estaba de pie apoyado en la fachada del colegio Las Franciscanas, edificio que está frente a la plaza de
toros, justo en el otro extremo de la
calle. Ese ser permaneció inmóvil durante un largo rato, noté algo muy extraño durante
el tiempo en el que lo estuve observando con atención, los demás engendros dibujaban una línea
imaginaria entorno a él, respetando de esta manera al ser que en ningún momento
era tocado o empujado por ningún otro.
En un momento
dado el extraño individuo al que no podía atribuirle género, comenzó a caminar
de una extraña y antinatural manera, sus brazos caían hacia adelante y su
cabeza se mantenía echada hacia atrás en una postura imposible, sus piernas permanecían
semiflexionadas y su espalda describía una curva grotesca que le encorvaba
hacia adelante, todo esto le hacía diferenciarse enormemente de los demás seres
que le rodeaban, además de que su paso a pesar de ser raro era
desconcertantemente firme y suelto.
El engendro
caminó en dirección al muro de chatarra y a su paso los podridos se apartaban
dejando un pasillo por el que él podía caminar libremente. Una vez llegó a la
barricada miró a su alrededor como verificando que nadie le observaba, después
levantó una de sus manos y palpó con ella la puerta de uno de los vehículos que
conformaban la barricada.
Un escalofrío
recorrió mi nuca al tener la sensación de que estaba viendo algo que se le
había pasado por alto a los demás, lo que me hizo apartarme a la izquierda y
ocultarme por si ese ser me descubría observándole. Poco a poco asomé la cabeza
por el arco y busqué nuevamente al extraño individuo, que ahora tenía puestas
las dos manos en el vehículo y parecía que estaba empujando, comprobando la
firmeza del muro.
Los soldados
que custodiaban la barricada no sedaban cuenta en absoluto de que uno de los
seres parecía estar comprobando la solidez de nuestras defensas, pero yo sí, yo
le había descubierto.
-¿Qué coño estás tramando desgraciado?- Susurré
mientras le observaba regresar sobre sus pasos y alejarse de la barricada,
justo en ese momento la luz de una de las farolas alumbró su rostro y lo que vi
me obligó a poner la mano en mi boca para ahogar un grito de terror. Su piel
era de un color oscuro, entre azulado y morado difícil de describir, su ceño
fruncido estaba desprovisto de pelo y sus ojos eran dos enormes y brillantes esferas
completamente negras como la noche, su mirada irradiaba un odio antinatural, en
el interior de su extraña boca sin labios que permanecía entreabierta se
dejaban ver unos enormes dientes de forma puntiaguda que me recordaron a los de
un escualo, su perfil estaba casi desprovisto de nariz y en su lugar dos grandes
oquedades la habían sustituido. Mi desconcierto era tal que cuando se adentró en
la marea de no muertos y le perdí de vista, aun permanecí petrificado durante
varios minutos presa del espanto y el asombro.
-¿Pero qué cojones es esa cosa? Tengo que informar a
alguien de lo que he visto- Me dije a mí mismo.
La sensación
de que toda la gente que se refugiaba en el puesto armado estaba en peligro era
tan intensa que me empujaba a dar la voz de alarma, pero no sabía exactamente a
quien tenía que contarle esa información.
Giré sobre mí
mismo y salí corriendo en dirección a las largas escalinatas que bajé a toda
prisa, cuando llegué al final de estas di un salto sobre el burladero y entré
en el ruedo. Una vez estuve dentro, un rápido vistazo me bastó para localizar a
un grupo de tres oficiales militares que hablaban junto a la gran carpa verde
oliva.
Sin dudarlo
un segundo corrí atravesando la plaza hasta estar enfrente de ellos en donde me
detuve jadeante.
Los Oficiales
se giraron y me observaron en silencio mientras yo recuperaba el aliento. Uno
de ellos, un hombre de unos cincuenta y cinco años, con inmaculada barba blanca y que lucía en su
pecho el rango de coronel, coronel Martínez, se dirigió a mí con voz profunda y
tranquila.
-Respira, tranquilo muchacho. ¿Qué te ocurre
soldado? ¿Qué es lo que pasa?- Me preguntó.
-¿Soldado yo? No, no. Soy civil, me dieron este
uniforme en el puesto médico por que tuvieron que destruir mi ropa cuando
llegué aquí.- Me apresuré a aclararle.
Otro de los
oficiales, un chico de unos treinta y dos años, el alférez Ortiz, expresó su
disconformidad con el asunto de que estuvieran entregando vestuario militar a
los civiles por que causaba confusión, pero enseguida el coronel levantó su
mano a la altura de la boca del alférez a lo cual este enmudeció en el acto.
-Está bien, no es usted un soldado, pero parece que
tienes algo urgente que contarnos, ¿no es así señor…?- Me preguntó el general
pausadamente mientras sonreía fugazmente.
-¡Jaime! Me llamo Jaime Escudero, y si, coronel ¡Tengo
que avisarles de una cosa que he observado! Algo muy raro pasa con esas cosas,
he visto que hay diferencias significativas entre ellas, no todos son iguales…-
El tercer individuo rompió en carcajadas y se
dirigió a mí.
-¡Claro que no son iguales! Unos son mujeres, otros
hombres, unos son chinos, otros blancos y otros son jodidos gitanos… ¿eso es lo
que tienes que decirnos?-
Yo miré al
desagradable individuo con mirada desafiante, era un tipo grueso, de unos
cincuenta años, era el que menor estatura tenía de los tres, apenas medía un
metro sesenta y cinco, en su rechoncha cara una negra barba de tres días se
desparramaba por su protuberante papada hasta perderse en el interior del
uniforme. Observé su pecho y vi que era el capitán Velázquez, después me dirigí
a él un poco enojado por haber intentado hacerme quedar como si fuera un
estúpido delante de los otros dos militares.
-¿Qué narices está diciendo? No me refiero a esa
estupidez, capitán. Quiero decir que he notado que hay de varios tipos en lo
que a comportamiento se refiere, pero dejando eso a aparte, he visto como uno
de ellos inspeccionaba la barricada, los demás zombis le dejaban pasar, además
era muy diferente, más que un no muerto parecía otra cosa, aunque no sabría
decir el qué exactamente… ¡y parece que trama algo…!- dije empleando un tono de
voz tan convincente que el capitán arqueó las cejas sorprendido.
Los tres
oficiales al escuchar mi relato se miraron los unos a los otros con cara de
sorpresa y permanecieron en silencio durante unos instantes.
-¿Dónde y cuándo has visto eso? ¿Cómo era ese ser
del que nos hablas?- Me preguntó por fin el coronel con un tono de voz un tanto
más aguda que antes y con cara de preocupación.
-Hace solo un momento, ahí mismo, en el mirador que
da a la barricada. Era extraño, andaba encorvado y sus ojos eran grandes y
negros, sus dientes puntiagudos, estaba lejos y había poca luz, pero sé lo que
he visto, ¡inspeccionaba la solidez del muro…! - Le respondí muy alterado.
El coronel al
escuchar eso se giró y miró a los otros oficiales que inmediatamente entraron a
toda prisa en la carpa por uno de los laterales, después se dirigió a mí
nuevamente.
-Le voy a contar una cosa, pero tiene que quedar
entre usted y yo… ¿Lo ha entendido?- Me preguntó mirándome con los ojos entre
abiertos y con cara muy seria, yo asentí con la cabeza.
-Esta mañana nos ha llegado un mensaje de un convoy
militar que iba de camino al cuartel de Rabasa con armas y refuerzos, sufrieron
una emboscada, o así al menos lo explicaron antes de que se cortara la
transmisión, el que nos informaran de que les habían cortado el paso usando
vehículos, es decir, que esas cosas demostraran algo de inteligencia, ya nos
había parecido curioso, pero lo que más nos ha sorprendido de su historia es
que usted ha descrito casi exactamente a una de las criaturas que lideró el
ataque al convoy… no puede ser una coincidencia.- Me aclaró el coronel.
Yo permanecí
unos segundos sumido en un desconcertante silencio, bajé la mirada al suelo
intentando asimilar esa información, como buscando en la arena alguna respuesta
a todo aquello sin encontrarla, después miré a los ojos al oficial y le
pregunté.
-¿Y qué quiere decir esto? ¿Qué van a hacer?-
Él me miró
durante un instante y después me puso una mano en el hombro y me respondió.
-Quiere decir que a lo mejor estamos más jodidos aun
de lo que parece y que esas cosas quizá no sean los seres estúpidos que creemos
que son, también quiere decir que es muy posible que no estemos seguros tras
esa barricada, así que vamos a reforzar la guardia y a acelerar todo lo posible
el traslado al punto seguro de los civiles heridos que aún quedan aquí. Le
aconsejo que si no tiene a ningún familiar ingresado se marche lo antes posible
al punto seguro mientras la ruta esté garantizada. -
Yo me giré y
miré las gradas donde cientos de personas se preparaban para pasar la noche
envueltas en mantas o sacos de dormir, después sin apartar la vista de ellas le
pregunté al coronel sobre el cuartel de Rabasa donde era posible que estuvieran
mis hermanos y le expliqué lo de los mensajes de Toni y que me era imposible hablar
con ellos.
Él me relató
que el atasco desgraciadamente se había convertido en una verdadera carnicería
y que se había perdido a mucho personal militar y policial al querer contener a
la legión de zombis que se abalanzaba sobre los civiles que intentaban llegar
en sus vehículos al punto seguro. Miles de personas murieron devoradas en el
interior de sus coches bajo la impotente mirada de las tropas a las
que les era imposible frenar el avance de la horda. Luego me informó de que el
punto seguro seguía sano y salvo y de que una vez que se recuperara el control del
aeropuerto del Altet, se comenzaría a evacuar en helicópteros a los
supervivientes que se encontraban en el cuartel y les llevarían en avión
seguramente a las Islas Canarias, zona totalmente libre de la amenaza.
-Bueno, supongo que soy el único que queda vivo de
mi familia…- Le comenté muy apesadumbrado.
El coronel me miró y sonrió, después me dio una
palmada en el hombro.
-No dé aun a su familia por perdida… Si están a
salvo en el punto seguro de Rabasa nunca podrá hablar con ellos por teléfono
móvil…- Me dijo sonriéndome.
-¿Cómo? ¿Qué quiere decir con eso?- Le pregunté
desconcertado.
El coronel me
dio una nueva palmada en el hombro y después se dio la vuelta encaminándose
tranquilamente al interior de la carpa.
-Sencillamente porque en los cuarteles hay
inhibidores de frecuencia para evitar atentados terroristas, en una base
militar no funcionan los teléfonos móviles Jaime…- Terminó de explicarme antes
de perderse tras la lona.
Yo al
escuchar esto recuperé un poco la esperanza, aunque me sentí como un verdadero
gilipollas al no haber caído yo mismo en ese punto, recordé que en el cuartel
donde yo serví ni siquiera podía cerrar las puertas de mi coche con el mando a
distancia debido a esta tecnología. Aun era posible que mis hermanos estuvieran
sanos y salvos, al igual que los padres de Alba, solo que era totalmente
imposible contactar con ellos telefónicamente, quizá pronto nos
reencontraríamos todos en alguna isla y pudiéramos abrazarnos de nuevo, aunque
también era posible que no quedara vivo ninguno de ellos. Si es una cosa o la
otra, solo el tiempo lo dirá.
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