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Fan por Fan

domingo, 5 de agosto de 2012

CAPÍTULO 14: Realidades


 El aparato se encendió y su pantalla se iluminó como un fogonazo rompiendo sobre mi cara la penumbra que reinaba en el interior de la plaza de toros.

 Enseguida los mensajes comenzaron a llegar, algunos eran solo registros de llamadas perdidas de mis hermanos, pero los demás, eran mensajes de texto de mi hermano Toni, en ellos, y como habíamos acordado, me pasaba un informe de cuál era su posición y su situación.

12:30: Hola Jaime, seguimos de camino al punto seguro, hay un gran atasco, la cola de coches es interminable, aunque ya se ven a  lo lejos los muros del cuartel parece que podríamos tardar horas en llegar, Fran y yo hemos barajado la posibilidad de abandonar el coche en el arcén e ir a pie hasta allí, pero a Estefanía le da miedo bajar del vehículo. ¿Dónde estás?

13:21: ¿Estás bien? Nosotros seguimos metidos en este interminable atasco, apenas hemos avanzado doscientos metros en todo este tiempo. Hace un rato que Fran se bajó del coche y se subió al techo, parece que hay un accidente más adelante, si en treinta minutos la situación sigue igual caminaremos hasta el punto seguro aunque tengamos que llevar a rastras a Estefa.

13:35: ¡Joder Jaime! ¿Dónde coño estás metido?

14:10: Las cosas se han puesto muy feas, mucha gente nos adelanta corriendo, parece que escapan de algo, no sé lo que sucede al final de la cola, pero se escuchan disparos. Vamos a salir del coche y a continuar a pie.

14:39: Jaime espero que estés bien, Hemos perdido a Fran en la estampida de gente que corre hacia el cuartel, Estefanía sigue conmigo y está bien. Esas cosas vienen hacia aquí, los militares intentan contener su avance, pero son demasiados, vamos a seguir corriendo, nos queda muy poco para llegar, aunque por delante también hay problemas, se escuchan disparos por todas partes, pero vamos a intentarlo. Un abrazo de tus hermanos que te quieren.

 Una vez terminé de leer todos los mensajes me encontré apretando tan fuertemente el teléfono entre mis manos que incluso sentí como crujía el terminal entre mis dedos a punto de romperse en pedazos.

Rápidamente llamé a mi hermano Toni para poder explicarle que era lo que me había pasado y saber de ellos, pero su teléfono estaba apagado o sin cobertura, lo mismo sucedió con el de mis hermanos Fran y Estefanía.

Mis ojos se inundaron y dos lágrimas se deslizaron mejillas abajo. Sin duda ese último mensaje era una despedida, mi hermano Toni jamás me había dicho un te quiero, estaba claro que no tenía demasiadas esperanzas de conseguir llegar al cuartel.

La impotencia y la amargura se apoderaron de mi espíritu y una fantasmal imagen en la que mis hermanos ya formaban parte de una horda de zombis se instauró tan fuertemente en mi pensamiento que llegó a nublar por completo todos mis sentidos.

-No, no, no, ¡Noooooo!- Grité tan fuerte, que muchas de las personas que estaban sentadas en las gradas del recinto se giraron sobresaltadas y me miraron con expresión de espanto.

 A todas esas caras tan diferentes que me observaban en silencio, las unía algo, algo que las hacía a pesar de ser tan dispares a asemejarse las unas a las otras como si todas formaran parte de una misma familia. Lo que las hacía tan parecidas era que todas ellas reflejaban el terror y que sus ojos mostraban tristeza y angustia, tristeza por todos los seres queridos a los que habían perdido y angustia por la sensación de impotencia que este nuevo mundo generaba en todas y cada una de las personas que aun quedaban vivas, entonces entendí que yo era uno más de aquella gran familia, que a toda esa gente solo le quedaba una cosa por la que luchar, solo podían pelear por sus propias vidas y comprendí que yo no era diferente, ya no me quedaba nada, solo mi propia existencia, era el momento de ser fuerte y de no dejarse vencer por el desánimo, quizá mis hermanos estuvieran vivos o quizá muertos, pero eso no cambiaba la realidad, el hecho de que ya no podíamos hacer nada los unos por los otros era una realidad omnipresente y cuando conseguí asimilar eso me puse en pie lentamente y encaminé mis pasos escalinatas arriba en dirección al gran arco desde el que minutos antes Alba y yo habíamos contemplado a la marea de zombis. Tenía que verlos nuevamente, tenía que contemplar una vez más al enemigo, ver el mundo que me aguardaba tras los altos muros y que era lo que me esperaba de no luchar, de dejar que la amargura se apoderara de mí por completo.

Como un autómata realicé nuevamente el ascenso y en un santiamén me encontré nuevamente a tres pasos del  mirador. A pesar de que Alba me había dicho que algunas personas subían a mirar a los no muertos, esta vez tampoco había nadie observando, estaba completamente solo, pero no tenía miedo.

Avancé y me asomé a la calle. Ahora ya era casi de noche, pero la luz solar había dejado paso al anaranjado alumbrado público, lo que le daba a la marea un aspecto subrrealista y extremadamente siniestro. Los no muertos continuaban en el mismo lugar donde los habíamos dejado, los podridos  más adelantados seguían chocándose monótonamente una y otra vez contra la descomunal barricada de vehículos y los caminantes seguían moviéndose entre sus congéneres con su incansable ir y venir. Me dio la impresión de que con la oscuridad que brinda la noche los movimientos de aquellos seres se habían acelerado considerablemente.

Barrí con la mirada la interminable serpiente formada por cabezas tambaleantes que se perdía en la distancia, sentía la extraña sensación de que tenía que encontrar algo entre toda esa inmundicia, aunque no sabía exactamente el qué.

Ese era el enemigo, eran los enemigos, a los que tendría que sobrevivir quizá por el resto de mi vida, y tenía que comprender, algo se me escapaba, algo se le escapaba a todo el mundo.

-¿Cómo es posible que esta basura andante esté derrotando ejércitos bien armados? ¿Qué estamos haciendo mal…? – Me pregunté en voz alta mientras seguía expectante con mis ojos en hipnótico bamboleo de las miles de cabezas que lo abarrotaban todo, hasta que de golpe me topé con una que llamó mi atención, estaba estática, inmóvil.

 Agudicé la vista para inspeccionar lo mejor posible al individuo de larga melena negra que estaba de pie apoyado en la fachada del colegio Las Franciscanas, edificio que está frente a la plaza de toros,  justo en el otro extremo de la calle. Ese ser permaneció inmóvil durante un largo rato, noté algo muy extraño durante el tiempo en el que lo estuve observando con atención,  los demás engendros dibujaban una línea imaginaria entorno a él, respetando de esta manera al ser que en ningún momento era tocado o empujado por ningún otro.

 En un momento dado el extraño individuo al que no podía atribuirle género, comenzó a caminar de una extraña y antinatural manera, sus brazos caían hacia adelante y su cabeza se mantenía echada hacia atrás en una postura imposible, sus piernas permanecían semiflexionadas y su espalda describía una curva grotesca que le encorvaba hacia adelante, todo esto le hacía diferenciarse enormemente de los demás seres que le rodeaban, además de que su paso a pesar de ser raro era desconcertantemente firme y suelto.

El engendro caminó en dirección al muro de chatarra y a su paso los podridos se apartaban dejando un pasillo por el que él podía caminar libremente. Una vez llegó a la barricada miró a su alrededor como verificando que nadie le observaba, después levantó una de sus manos y palpó con ella la puerta de uno de los vehículos que conformaban la barricada.

 Un escalofrío recorrió mi nuca al tener la sensación de que estaba viendo algo que se le había pasado por alto a los demás, lo que me hizo apartarme a la izquierda y ocultarme por si ese ser me descubría observándole. Poco a poco asomé la cabeza por el arco y busqué nuevamente al extraño individuo, que ahora tenía puestas las dos manos en el vehículo y parecía que estaba empujando, comprobando la firmeza del muro.

 Los soldados que custodiaban la barricada no sedaban cuenta en absoluto de que uno de los seres parecía estar comprobando la solidez de nuestras defensas, pero yo sí, yo le había descubierto.

-¿Qué coño estás tramando desgraciado?- Susurré mientras le observaba regresar sobre sus pasos y alejarse de la barricada, justo en ese momento la luz de una de las farolas alumbró su rostro y lo que vi me obligó a poner la mano en mi boca para ahogar un grito de terror. Su piel era de un color oscuro, entre azulado y morado difícil de describir, su ceño fruncido estaba desprovisto de pelo y sus ojos eran dos enormes y brillantes esferas completamente negras como la noche, su mirada irradiaba un odio antinatural, en el interior de su extraña boca sin labios que permanecía entreabierta se dejaban ver unos enormes dientes de forma puntiaguda que me recordaron a los de un escualo, su perfil estaba casi desprovisto de nariz y en su lugar dos grandes oquedades la habían sustituido. Mi desconcierto era tal que cuando se adentró en la marea de no muertos y le perdí de vista, aun permanecí petrificado durante varios minutos presa del espanto y el asombro.

el extraño caminante

-¿Pero qué cojones es esa cosa? Tengo que informar a alguien de lo que he visto- Me dije a mí mismo.
 La sensación de que toda la gente que se refugiaba en el puesto armado estaba en peligro era tan intensa que me empujaba a dar la voz de alarma, pero no sabía exactamente a quien tenía que contarle esa información.

Giré sobre mí mismo y salí corriendo en dirección a las largas escalinatas que bajé a toda prisa, cuando llegué al final de estas di un salto sobre el burladero y entré en el ruedo. Una vez estuve dentro, un rápido vistazo me bastó para localizar a un grupo de tres oficiales militares que hablaban junto a la gran carpa verde oliva.

Sin dudarlo un segundo corrí atravesando la plaza hasta estar enfrente de ellos en donde me detuve jadeante.

Los Oficiales se giraron y me observaron en silencio mientras yo recuperaba el aliento. Uno de ellos, un hombre de unos cincuenta y cinco años, con  inmaculada barba blanca y que lucía en su pecho el rango de coronel, coronel Martínez, se dirigió a mí con voz profunda y tranquila.

-Respira, tranquilo muchacho. ¿Qué te ocurre soldado? ¿Qué es lo que pasa?- Me preguntó.

-¿Soldado yo? No, no. Soy civil, me dieron este uniforme en el puesto médico por que tuvieron que destruir mi ropa cuando llegué aquí.- Me apresuré a aclararle.

 Otro de los oficiales, un chico de unos treinta y dos años, el alférez Ortiz, expresó su disconformidad con el asunto de que estuvieran entregando vestuario militar a los civiles por que causaba confusión, pero enseguida el coronel levantó su mano a la altura de la boca del alférez a lo cual este enmudeció en el acto.

-Está bien, no es usted un soldado, pero parece que tienes algo urgente que contarnos, ¿no es así señor…?- Me preguntó el general pausadamente mientras sonreía fugazmente.

-¡Jaime! Me llamo Jaime Escudero, y si, coronel ¡Tengo que avisarles de una cosa que he observado! Algo muy raro pasa con esas cosas, he visto que hay diferencias significativas entre ellas, no todos son iguales…-
El tercer individuo rompió en carcajadas y se dirigió a mí.

-¡Claro que no son iguales! Unos son mujeres, otros hombres, unos son chinos, otros blancos y otros son jodidos gitanos… ¿eso es lo que tienes que decirnos?-

 Yo miré al desagradable individuo con mirada desafiante, era un tipo grueso, de unos cincuenta años, era el que menor estatura tenía de los tres, apenas medía un metro sesenta y cinco, en su rechoncha cara una negra barba de tres días se desparramaba por su protuberante papada hasta perderse en el interior del uniforme. Observé su pecho y vi que era el capitán Velázquez, después me dirigí a él un poco enojado por haber intentado hacerme quedar como si fuera un estúpido delante de los otros dos militares.

-¿Qué narices está diciendo? No me refiero a esa estupidez, capitán. Quiero decir que he notado que hay de varios tipos en lo que a comportamiento se refiere, pero dejando eso a aparte, he visto como uno de ellos inspeccionaba la barricada, los demás zombis le dejaban pasar, además era muy diferente, más que un no muerto parecía otra cosa, aunque no sabría decir el qué exactamente… ¡y parece que trama algo…!- dije empleando un tono de voz tan convincente que el capitán arqueó las cejas sorprendido.

 Los tres oficiales al escuchar mi relato se miraron los unos a los otros con cara de sorpresa y permanecieron en silencio durante unos instantes.

-¿Dónde y cuándo has visto eso? ¿Cómo era ese ser del que nos hablas?- Me preguntó por fin el coronel con un tono de voz un tanto más aguda que antes y con cara de preocupación.

-Hace solo un momento, ahí mismo, en el mirador que da a la barricada. Era extraño, andaba encorvado y sus ojos eran grandes y negros, sus dientes puntiagudos, estaba lejos y había poca luz, pero sé lo que he visto, ¡inspeccionaba la solidez del muro…! - Le respondí muy alterado.

 El coronel al escuchar eso se giró y miró a los otros oficiales que inmediatamente entraron a toda prisa en la carpa por uno de los laterales, después se dirigió a mí nuevamente.

-Le voy a contar una cosa, pero tiene que quedar entre usted y yo… ¿Lo ha entendido?- Me preguntó mirándome con los ojos entre abiertos y con cara muy seria, yo asentí con la cabeza.

-Esta mañana nos ha llegado un mensaje de un convoy militar que iba de camino al cuartel de Rabasa con armas y refuerzos, sufrieron una emboscada, o así al menos lo explicaron antes de que se cortara la transmisión, el que nos informaran de que les habían cortado el paso usando vehículos, es decir, que esas cosas demostraran algo de inteligencia, ya nos había parecido curioso, pero lo que más nos ha sorprendido de su historia es que usted ha descrito casi exactamente a una de las criaturas que lideró el ataque al convoy… no puede ser una coincidencia.- Me aclaró el coronel.

 Yo permanecí unos segundos sumido en un desconcertante silencio, bajé la mirada al suelo intentando asimilar esa información, como buscando en la arena alguna respuesta a todo aquello sin encontrarla, después miré a los ojos al oficial y le pregunté.

-¿Y qué quiere decir esto? ¿Qué van a hacer?-

 Él me miró durante un instante y después me puso una mano en el hombro y me respondió.

-Quiere decir que a lo mejor estamos más jodidos aun de lo que parece y que esas cosas quizá no sean los seres estúpidos que creemos que son, también quiere decir que es muy posible que no estemos seguros tras esa barricada, así que vamos a reforzar la guardia y a acelerar todo lo posible el traslado al punto seguro de los civiles heridos que aún quedan aquí. Le aconsejo que si no tiene a ningún familiar ingresado se marche lo antes posible al punto seguro mientras la ruta esté garantizada. -

 Yo me giré y miré las gradas donde cientos de personas se preparaban para pasar la noche envueltas en mantas o sacos de dormir, después sin apartar la vista de ellas le pregunté al coronel sobre el cuartel de Rabasa donde era posible que estuvieran mis hermanos y le expliqué lo de los mensajes de Toni y que me era imposible hablar con ellos.

 Él me relató que el atasco desgraciadamente se había convertido en una verdadera carnicería y que se había perdido a mucho personal militar y policial al querer contener a la legión de zombis que se abalanzaba sobre los civiles que intentaban llegar en sus vehículos al punto seguro. Miles de personas murieron devoradas en el interior de sus coches bajo la impotente mirada de las tropas a las que les era imposible frenar el avance de la horda. Luego me informó de que el punto seguro seguía sano y salvo y de que una vez que se recuperara el control del aeropuerto del Altet, se comenzaría a evacuar en helicópteros a los supervivientes que se encontraban en el cuartel y les llevarían en avión seguramente a las Islas Canarias, zona totalmente libre de la amenaza.


-Bueno, supongo que soy el único que queda vivo de mi familia…- Le comenté muy apesadumbrado.

El coronel me miró y sonrió, después me dio una palmada en el hombro.

-No dé aun a su familia por perdida… Si están a salvo en el punto seguro de Rabasa nunca podrá hablar con ellos por teléfono móvil…- Me dijo sonriéndome.

-¿Cómo? ¿Qué quiere decir con eso?- Le pregunté desconcertado.

 El coronel me dio una nueva palmada en el hombro y después se dio la vuelta encaminándose tranquilamente al interior de la carpa.

-Sencillamente porque en los cuarteles hay inhibidores de frecuencia para evitar atentados terroristas, en una base militar no funcionan los teléfonos móviles Jaime…- Terminó de explicarme antes de perderse tras la lona.

 Yo al escuchar esto recuperé un poco la esperanza, aunque me sentí como un verdadero gilipollas al no haber caído yo mismo en ese punto, recordé que en el cuartel donde yo serví ni siquiera podía cerrar las puertas de mi coche con el mando a distancia debido a esta tecnología. Aun era posible que mis hermanos estuvieran sanos y salvos, al igual que los padres de Alba, solo que era totalmente imposible contactar con ellos telefónicamente, quizá pronto nos reencontraríamos todos en alguna isla y pudiéramos abrazarnos de nuevo, aunque también era posible que no quedara vivo ninguno de ellos. Si es una cosa o la otra, solo el tiempo lo dirá.

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