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Fan por Fan

domingo, 22 de julio de 2012

CAPÍTULO 13: Una ojeada al infierno


 Me acerqué al grupo de gente que creaba una verdadera barrera entre ella y yo. Penetré entre la muchedumbre y poco a poco fui abriéndome paso hacia el mostrador. Muchos ponían mala cara cuando les apartaba sutilmente con la mano o el brazo, y algunos estuvieron a punto de llamarme la atención al pensar que intentaba colarme, pero al girarse y verme perfectamente uniformado no emitían ni una sola palabra por sus bocas, esa situación me hizo sonreír en más de una ocasión, pues estaba seguro que de no tener puesto el uniforme, habría sido muy posible que hubiera terminado peleándome con alguna de aquellas personas.

 Por fin llegué al mostrador y conseguí colocarme justo delante de Alba. Ella parecía ausente, me recordó vagamente a un robot camarero, como los que te servían las copas en algunos bares de Japón, llenaba unos tazones de aluminio con sopa caliente y los dejaba cuidadosamente sobre una mesa en la que también había colocados ordenadamente otros alimentos. A cada persona, las demás mujeres le entregaban la ración de sopa, una pieza de fruta y una lata de conservas con el logotipo de la cruz roja.
 Alba me miró de reojo y supongo que al ver los verdes colores de mis ropas cogió una ración de sopa y el resto de los alimentos que completaban el menú del día y me los dejó sobre la barra, pero ni se dio cuenta de que era yo.

-Gracias Alba…- Le dije. No sabía muy bien como debía comportarme, pues no me podía imaginar cómo reaccionaría ante mi presencia ahora que estaba ya fuera del estado de shock, sabía que prácticamente no nos conocíamos de nada, pero la sensación de que estaba más unido a ella que a nadie en esos momentos no me abandonaba, supongo que el vivir con Alba el fin del mundo desde el minuto cero, había creado algún extraño vínculo en mí difícil de describir.

  Alba, al escuchar su nombre dio un respingo e inmediatamente se giró, su mirada ascendió desde mi pecho hasta que nuestros ojos se encontraron. Cuando se dio cuenta de que era yo sus labios dibujaron una gran sonrisa hasta dejar al descubierto unos perfectos y blancos dientes. Su semblante cambió completamente hasta el punto de que me costó reconocerla, Era la primera vez que la veía sonreír de verdad, desde que nos habíamos conocido solo había podido verla pasando penurias y desgracias, eso me hizo preguntarme como sería realmente Alba antes de todo esto, el recordar que nos habíamos conocido en tan dramáticas circunstancias me apenó profundamente, pero aun así, el verla sonreírme de esa manera hizo que me sintiera como si me retiraran de encima mil kilos de peso, así que involuntariamente le devolví una sonrisa de oreja a oreja.

-¡Jaime! ¡Estás bien! ¡Estás consciente!- Dijo muy contenta. Después dejó rápidamente el recipiente de sopa caliente que sostenía en la mano y acto seguido informó a las otras dos mujeres de que se retiraba durante un rato. Alba me levantó una parte del mostrador que tenía unas bisagras y me invitó a pasar dentro, yo entré con la comida aun en las manos y la seguí hasta un cuartito al que se accedía por un pequeño marco sin puerta.
 La estancia no medía más de cinco metros cuadrados, en su centro, una pequeña mesa de madera con tres sillas a su alrededor presidía el lugar, el cuarto estaba escasamente iluminado gracias a una bombilla de baja potencia que colgaba del techo, supuse que se trataba del lugar de descanso para los dependientes del puesto de aperitivos y que hacía las veces de despensa. Un calendario del año anterior permanecía clavado con una chincheta a una de las paredes en la que varias estanterías vacías que había colgadas en ella, le proporcionaban al lugar un aspecto algo lúgubre. La sombría idea de que nadie sustituiría ese almanaque por uno actualizado y de que nadie llenaría esas repisas nunca más se me pasó por la cabeza.
 Alba me dijo que dejara la comida en la mesa, cosa que hice enseguida, luego sin mediar una sola palabra me abrazó.

 Permanecimos fundidos en ese abrazo silencioso durante un par de minutos en los que noté como su cuerpo temblaba entre mis brazos. En esos momentos ya no podía oler la comida, pues ella desprendía un aroma tan embriagador y penetrante que me cortaba la respiración. No sabía si era perfume, olor a desinfectante o simplemente su olor personal, pero ese aroma producía en mí un efecto anestésico y relajante difícil de describir.

-¿Cómo estás Alba?- Le pregunté.

 Ella, sin soltarme se apartó un poco y mirándome a los ojos me contestó.

-Estoy bien Jaime, aunque he estado mejor, no te lo voy a negar. He pasado mucho miedo, creía que no lo contábamos cuando colisionamos en nuestro intento por llegar aquí, fue un verdadero infierno, después tú estabas inconsciente y no te despertabas. Al principio no pensé demasiado en ello, porque Eduardo y los demás se ocuparon de mi, intentaron localizar a mis padres, aunque les fue totalmente imposible, después se tuvieron que marchar y me quedé completamente sola. Una enfermera que cuidaba de ti, Alicia, me hizo mucha compañía, incluso anoche dormimos juntas en sacos sobre las gradas, pero me he sentido muy sola. No sé explicarte porque, pero deseaba con todas mis fuerzas que despertaras.- Me respondió ella con voz algo entrecortada.

 Durante unos segundos permanecí en silencio, esas palabras habían sonado como música en mis oídos, ahora estaba seguro de que ella no me guardaba ningún tipo de rencor y de que sentía el mismo tipo de vínculo que me unía a ella.

-Siento haberte dejado sola tantas horas, pero eso no va a pasar nunca más, no hasta que puedas reunirte con tus padres y tú hermana de nuevo, te lo prometo Alba,-
 Ella al escuchar eso volvió a estrecharme fuertemente entre sus brazos y hundió su cabeza en mi pecho.
 En ese momento tan agradable mis fuerzas fallaron, la vista se me nubló y perdí un poco el control sobre mi cuerpo, lo que me hizo tambalearme un poco. Alba enseguida notó que algo no marchaba bien y me ayudó a sentarme.

-¿Estás bien Jaime? ¡Jaime! ¡Contéstame!- Me ordenó ella muy preocupada mientras sujetaba mi cara entre sus frías manos.
 Yo sacudí la cabeza intentando despejar las neblinas que se estaban apoderando de mí y enseguida el aturdimiento comenzó a pasar.

-¡Sí! Tranquila… estoy bien… Creo que solo necesito comer algo, tengo el estómago vacío. La enfermera me dijo que tenía que alimentarme, solo es eso.- Le respondí.
 Ella arrastró una silla y se sentó a mi lado, después colocó la sopa caliente y los demás alimentos frente a mí y me pidió que comiera.

-Tienes que comértelo todo, tienes que ponerte fuerte para poder cuidar de mí, pero hasta que eso pasé yo cuidaré de ti ¿Vale Jaime?- Me dijo mientras acariciaba mi cara, para pronunciar esas palabras empleó un tono de voz tan dulce que me llegó al alma.

 No pude hacer otra cosa que sonreírle y asentir con la cabeza. En cuanto comencé a sorber la sopa noté como la temperatura subía en mi interior, cuanto más comía mejor me sentía. En un momento dado Alba y yo comenzamos a hablar, ella empezó a relatarme como había sido el accidente y como nos habían rescatado.

 Por lo visto yo no me había dado cuenta antes de emprender el descenso de la cuesta de que al final y tras dos coches patrulla con las luces de policía encendidas nos aguardaba una gran barricada creada con los coches de los habitantes que habían llegado hasta el puesto armado en ellos.

 El ejército los había ido amontonando unos encima de otros hasta crear el muro que contaba con varias filas de grosor, la hilera exterior se elevaba tres o cuatro coches de altura, la segunda uno menos y así sucesivamente, con lo que los militares podían apostarse sobre los coches de la segunda fila y mantener a ralla a los zombis que descendían la larga pendiente cada vez en mayor número.

 Para crear la barricada habían usado potentes brazos hidráulicos de grandes grúas. De hecho, todo el puesto armado de plaza de toros estaba aislado del exterior mediante ese mismo método de contención improvisado, se pudo crear antes de que el número de no muertos fuera tan elevado, razón por la que nuestra bajada estuvo despejada de vehículos atravesados en la carretera tal y como había sido antes de llegar a la avenida de Alcoy.

 Mientras descendíamos a toda velocidad varios francotiradores, tanto policías como militares apostados en balcones de edificios situados detrás del muro nos habían abierto paso apoyados por varios puestos de ametralladoras MG42, gracias a ese fuego de cobertura que tumbó a casi todos los no muertos que se interponían entre nosotros y el puesto pudimos llegar tan cerca. En definitiva, había empotrado el 4x4 contra esa enorme muralla de chatarra a una velocidad enorme, lo cual casi nos manda al otro barrio a mí y a los demás ocupantes del Rav4, aunque por suerte eso no sucedió.

 Varias unidades de rescate descendieron del muro para impedir que los zombis que quedaban en pie llegaran hasta el vehículo y nos devoraran vivos, después de asegurar la zona ataron el coche al brazo de una grúa y lo pasaron al otro lado de la muralla con nosotros aun dentro, una vez a salvo nos ayudaron a salir del coche, a mí se me llevaron en camilla completamente fuera de combate, los agentes habían resultado casi ilesos, por lo que después de que se comprobara que estaban bien, les curaron los rasguños y les permitieron descansar unas horas, mas tarde, fueron mandados como refuerzo a la calle Rambla Méndez Núñez a asegurar la ruta de escape.

  Alba durante la primera hora había permanecido en observación en una camilla que estaba junto a la mía, pero enseguida se verificó que no estaba infectada y se la permitió salir libremente al exterior, aunque ella se quedó casi todo el tiempo junto a mi esperando a que yo me despertara, luego, esa misma mañana, la enfermera Alicia, la había puesto a cargo de la comida para que se distrajera un poco.

 Todo lo que me contaba parecía sacado de una película de acción, viéndolo desde la relativa seguridad que el muro de contención nos proporcionaba me pareció incluso emocionante, era como si yo realmente no hubiera estado presente durante esos acontecimientos.
-Están tan cerca que me da pánico solo el hecho de pensarlo.- Dijo Alba. Me dio la impresión de que su rostro palidecía un poco al pronunciar esas palabras.

-¿Qué quieres decir con eso? Aquí estamos seguros, al menos de momento, no te preocupes.- Le respondí.

-No lo entiendes Jaime, están al otro lado del muro, la barricada solo corta la mitad de esta plaza, por lo que tras ella, se agolpan cientos de esas cosas, se les puede mirar desde arriba perfectamente, mucha gente sube a observarlos, yo misma esta mañana quise asomarme a verlos, pero en el último momento no me atreví… esos sonidos que emiten me dan mucho miedo y me traen muy malos recuerdos… pero la verdad es que me gustaría poder verlos a la luz del día y desde un lugar seguro como este, siento que necesito hacerlo.

¿Crees que podríamos ir a verlos cuando termines de comer? Contigo a mi lado estoy segura de que me atreveré a mirarlos.- Me preguntó ella.

 Tuve la sensación de que necesitaba que yo también los viera, parecía que ella tenía la esperanza de que yo le pudiera dar algún tipo de explicación, Alba necesitaba verlos, y la verdad, es que yo también, no era morbo, es importante conocer al enemigo al que te enfrentas, así que a pesar de que nos movieran razones algo diferentes para pegar una ojeada al infierno en la tierra, asentí con la cabeza y me puse en pie.

-Si vamos a verlos, lo haremos ya, iremos ahora, antes de que comience a oscurecer.- Le dije.

 Nuestros ojos se encontraron y no hubo más palabras entre nosotros. Alba se puso también en pie y me cogió de la mano, después salimos al exterior y avanzó por delante mía, pasamos entre la gente que seguía demandando los alimentos y casi al instante nos encontrábamos en el pasillo circular por el que una hora antes había llegado hasta el puesto de comida.

 Mientras caminábamos de vez en cuando, Alba se giraba y me miraba a la cara, me dio la sensación de que a pesar de tenerme cogido de la mano, intentaba constatar que yo seguía detrás de ella, su rostro mantenía una expresión tensa, pero aunque su mirada era sombría no mostraba miedo, era algo diferente, más bien me transmitía angustia.

 Subimos unas amplias escaleras que daban acceso al graderío y una vez en el, ascendimos por una larga y estrecha escalinata hasta que llegamos a lo más alto de la plaza, ahí es donde se encuentran las dos alturas de las gradas a la sombra, una vez en ellas ascendimos a la segunda planta de estas y caminamos por su corredor interior que dibuja un enorme círculo el cual discurre por debajo del techado entejado. Pasamos junto a varias filas de enormes arcos de piedra que daban a la parte exterior del recinto taurino. No pude evitar mirar con el rabillo del ojo por ellos a la calle, la cual estaba prácticamente desierta, exceptuando los vehículos militares y los soldados que se encontraban repartidos en varios puntos de la plaza de España, no se podía ver a ningún civil transitando por ella.

 Enseguida los agudos y desagradables sonidos que los no muertos emitían comenzaron a llegar a nuestros oídos. Noté como la mano de Alba se cerraba sobré la mía con mucha más fuerza.

 De repente alba se detuvo frente a uno de los grandes arcos y se giró hacia mí.

-Hemos llegado, ellos están ahí abajo… aguardando…- Me indicó Alba.

 En esos momentos el sonido que llegaba hasta nosotros era apabullante, incluso dudé por un momento de si mirar a fuera sería una buena idea, tenía la sensación de que después de que viéramos esa imagen jamás la podríamos borrar de nuestros recuerdos, pero aun así, la curiosidad era demasiado fuerte.

-Bueno Alba, lo aremos a la vez.- le dije, mientas ponía mi mano libre en su cintura y empujaba de ella en dirección al mirador. Alba al principio pareció frenarse, pero solo fue un acto reflejo, pues enseguida caminó junto a mí sin oponer resistencia hasta que llegamos al borde del arco y enfocamos nuestra vista abajo.

 Lo que ese lugar mostraba era un panorama por el que cualquier director de películas de terror abría matado por poder filmarlo. No eran cientos de no muertos, lo que se agolpaba tras el muro de contención eran decenas de miles de esas cosas, la tambaleante fila discurría por toda la avenida de Jijona y se perdía en la distancia como si el número de muertos vivientes fuera absolutamente infinito.

Plaza Toros Alicante2

 Alba no pronunciaba una sola palabra, solamente barría con su mirada la inmensa legión salida del mismísimo averno. Yo, en cambio, no podía dejar de pronunciar en voz baja maldiciones, tacos, palabras mal sonantes y nombrar a dios y a alguna virgen que otra, aunque poco después me quedé en completo silencio al igual que ella.

 Lo cierto es que el bamboleo de aquella enorme masa era algo hipnótico que incluso te hacía perder la noción del tiempo, pero poco a poco mi mirada comenzó a seleccionar a algunos de ellos de manera individual y casi sin darme cuenta empecé a notar diferencias en el comportamiento de unos y otros, cosa que me llamó mucho la atención.

 Algunos de ellos, principalmente los que más daños físicos mostraban, se movían de manera torpe y parecían atontados, era como si el control sobre sus funciones motrices estuviera altamente mermado, los que estaban junto al muro de contención chocaban contra él, retrocedían un paso y de nuevo se volvían a golpear, su comportamiento dejaba de manifiesto que su mente no funcionaba con lucidez, además, era como si ignoraran a los demás zombis que tenían a su alrededor, para ellos solo existía ese muro que les impedía cruzar al otro lado, pero sin embargo, había entre ellos otros muy distintos, eran una minoría, pero las diferencias llamaban la atención una vez te fijabas en ellos, giraban el cuello y miraban en todas direcciones, como buscando algo, caminaban entre sus congéneres llegando incluso a empujarlos y tirarlos al suelo, a lo que los otros zombis, simplemente respondían poniéndose lentamente de nuevo en pie, ignorantes por completo de lo que les había pasado.

Estos zombis a los que comencé a llamar caminantes, se movían muy fluidamente, incluso daba la impresión de que en cualquier momento podían salir corriendo en alguna dirección o intentar trepar la barricada, aunque sospechosamente no lo hacían, lo que más les diferenciaba de a los que llamé podridos era su estado físico y su color de piel, mientras que los cochambrosos podridos estaban muy deteriorados y presentaban enormes y desagradables mutilaciones, la piel de estos tenía un color  entre blanquecino y amoratado, tal y como la que presentaba el hermano de Alba cuando regresó de entre los muertos, pero los caminantes eran más parecidos a cabeza bola, su piel tenía un color mas amarillento y no presentaban apenas daños físicos que dejaran entrever la razón real por la que habían pasado a formar parte de aquella marea de no muertos.

-¿Por qué son tan diferentes…? No lo comprendo.- Pregunté en voz alta muy desconcertado.

Ella me miró y pude notar que no entendía a lo que me refería.

-¿Qué quieres decir? No te entiendo Jaime, a mi me parecen todos iguales.- Me dijo ella muy extrañada, empleando un tono de voz tan bajo que casi me pareció un susurro, daba la impresión de que tenía miedo de que alguno la escuchara.

-No, no lo son ¡Mira a ese!, al que está junto a la palmera, el que tiene la camiseta roja. ¿No ves algo extraño en él?- Le pregunté mientras le indicaba con el dedo índice a un zombi que empujaba a todos los que se le acercaban y que miraba en todas direcciones con mirada furiosa.

Alba durante unos segundos lo observó en silencio, pero de repente dio un brinco y se escondió tras el muro.

-¿Qué pasa? ¿Qué has visto?- Le pregunté.

-Esa…esa… cosa ¡Me a mirado! Tienes razón son muy distintos.

 Yo volví a asomarme y alba me siguió. Después juntos buscamos con la mirada al caminante de la camiseta roja, lo que decía Alba era cierto, el zombi aun continuaba observándonos y cuando nuestras miradas se encontraron con la de él los labios de este se replegaron dejando a la vista lo que me pareció una inmensa fila de dientes desproporcionadamente grandes, después tendió la mano en dirección a nosotros de manera desafiante mientras a su vez abría la boca, de la que cayó un chorro de oscura y viscosa sustancia que se deslizó lentamente por su barbilla hasta derramarse sobre su pecho y el suelo.

-¡Ya está bien! ¡Ya es suficiente…!- dije en voz alta al tiempo que apartaba a Alba de la dantesca imagen.

-¿Lo ves? Nos miraba a nosotros, nos ha señalado, es lo que tú decías, los hay diferentes ¿Qué significa eso? ¿Por qué los hay distintos?- Me preguntó Alba muy alterada.

-Alba, Alba, ¡Tranquilízate! No tengo ni la más remota idea, quizá murieron hace poco, o puede que sea porque ese virus o lo que sea esa cosa no actúa en todos por igual, algo así me comentó la enfermera, pero que existan variaciones entre unos y otros en el fondo no cambia nada, la situación sigue siendo la misma. ¿No te parece?- le dije sujetando su cara entre mis manos para que me mirara a mí y no al exterior. Después la cogí de la mano y esta vez fui yo quien la dirigió al interior de la plaza de toros.

 Cuando comenzamos el descenso por la estrecha escalinata el sol ya comenzaba a esconderse.  Alba algo más tranquila me dijo que tenía que regresar al puesto de comida ya que se había comprometido con Alicia la enfermera, pero que antes debía darme una cosa.  Después me indicó que fuéramos a un lugar de las gradas donde un saco de dormir azul reposaba enrollado sobre el hormigón. Ella lo cogió y metió la mano en su interior, al sacarla pude ver que en su mano cerrada traía agarrado su bolso, el mismo que yo había bajado a recoger en el garaje, después ella introdujo los dedos y sacó mi teléfono móvil, el cual yo ya había dado por perdido.

-¡Toma! Te lo he estado guardando. Eduardo lo recuperó del interior de tu coche y me lo dio antes de marcharse, me dijo que te lo diera cuando te despertaras, él lo apagó para que tuvieras batería cuando lo encendieras.- Me aclaró ella mientras me lo ponía en la mano.

-Muchas gracias por guardármelo, voy a ver si averiguo cual es el paradero de mis hermanos, por cierto, Alba… ¿Has intentado hablar con tus padres?- Le pregunté.

-Varias veces, pero sus teléfonos ya aparecen como apagados o fuera de cobertura… siendo optimista, imagino que no se los llevarían consigo, como tú me dijiste. ¡Bueno Jaime! Me marcho, tú quédate aquí y en un par de horas regresaré y hablamos, tenemos que pensar que es lo que vamos a hacer…-

 Yo asentí con la cabeza, después Alba se dio media vuelta y se marchó dedicándome antes una amable sonrisa. Estuve mirándola todo el rato hasta que desapareció de mi campo visual. Después me senté sobre el mullido saco de dormir y coloqué el terminal entre mis dos manos.

-¿Dónde estarán mis hermanos?- Me dije a mi mismo mientras encendía mi teléfono móvil.

domingo, 8 de julio de 2012

CAPÍTULO 12: El despertar

Los no muertos nos rodeaban, uno de ellos rompió el cristal de la puerta de Alba y lanzó sus ensangrentadas manos a su fino cuello, ella intentó liberarse, pero varias zarpas más hicieron presa en su ropa tirando de ella hacia fuera, ella gritó pidiendo auxilio, su mirada reflejaba el terror, en un acto desesperado la agarré del brazo con la esperanza de mantenerla dentro del destrozado vehículo, pero no pude, noté como su tersa piel se escurría entre mis dedos y un instante después solo podía mirar impotente, como su cuerpo era arrastrado fuera  y engullido por la inmensa masa que se agrupaba a nuestro alrededor.

Alba atacada por zombis


Escuché gritos en la parte trasera, me giré para ver qué ocurría, la situación era aún peor en la parte de atrás, lo que me parecieron cientos de brazos, penetraban en el interior del 4x4 agarrando a los agentes que luchaban inútilmente  por zafarse.
La segunda en ser arrastrada fuera fue Yolanda, vi como un zombi mordía su hombro durante su breve trayecto al exterior, otros muchos hacían presa con sus dientes en diversas extremidades de la muchacha, la sangre le brotaba a chorros y sus gritos de dolor se mezclaron con los gemidos de nuestros atacantes antes de desvanecerse por completo. Esos gemidos producían un sonido tan atronador que casi no permitían oír nada aparte de ellos.
Eduardo intentaba desesperadamente deshacerse de varias manos que hacían presa en él, realizó varios disparos con su pistola reglamentaria, algunas cabezas estallaron tras el impacto de sus balas, pero todo fue inútil, la ventanilla que estaba a su espalda se rompió en mil pedazos y varias garras atenazaron su cabeza, el gritó pidiendo ayuda a Arturo, pero este no se encontraba en mejor situación, un enorme zombi, un hombre con obesidad mórbida al que le faltaba la mitad de la cara, había conseguido meter casi todo su cuerpo por la luna trasera rota del Rav4, y se había abalanzado sobre él, Arturo ya había sido mordido en sus manos y brazos, los cuales sangraban abundantemente, El agente lanzó varios puñetazos al rosto de su atacante, los cuales parecieron perderse en el vacío, como si fueran los golpes de un niño, en tan solo unos segundos, el gordo zombi, había hincado sus dientes en el cuello del policía a la altura de la arteria carótida, cuando sus mandíbulas tiraron de la carne del muchacho, un gran chorro de sangre a presión brotó en dirección a mi cara, empapándome por completo el rostro con el caliente líquido.
 En un suspiro, todo había terminado, me encontraba completamente solo en el coche, los no muertos estaban en todas partes, gimiendo, chasqueando sus dientes, con sus caras pegadas a los cristales que aun quedaban intactos y mirándome fijamente con ojos vacíos de vida y deseosos de mi.
-¿Por qué no entran? ¿Por qué no terminan de una vez con migo?- Pensé, desconcertado.
Solo me observaban, no intentaban entrar, solo permanecieron mirándome durante un largo espacio de tiempo, hasta que de repente, de entre la marea, un zombi se abrió paso hasta colocarse  frente a la ventana de mi puerta, yo lo miré durante unos segundos a los ojos, sus ojos, antes de un vivo color verde, ahora eran de un grisáceo mortecino, su antes preciosa cara, ahora era solo sangre y carne desprendida, pero aun así la reconocí, era Alba, era Alba la que segundos después abría la puerta y se lanzaba sobre mí, gimiendo, dentelleando. Yo la sujeté de un brazo con mi mano izquierda y con la derecha del mentón, para intentar impedir que me mordiera, pero con su mano libre agarró mi cuello. Pude sentir como sus ensangrentadas uñas penetraban mi carne y como mi sangre chorreaba pecho a bajo. Exhalé un grito de dolor, patalee, la golpee, la empujé, pero no pude deshacerme de ella.
El brazo que yo aun mantenía sujeto, súbitamente se me escurrió y su otra mano también hizo presa en mi cuello. Habíamos quedado en una postura, que en otro momento y en otras circunstancias, no me abría disgustado, pero que ahora solo significaba mi sentencia de muerte, o de no muerte, según se mire. Ella estaba sentada a horcajadas sobre mis piernas, sujetándome fuertemente del cuello y yo solo podía empujarla hacia atrás apretando con las palmas de mis manos en su pecho. El zombi de Alba, acercó lentamente su destrozada cara, hasta ponerse nariz con nariz frente a la mía, y en ese momento me habló…
-¿Recuerdas a mi hermano? ¿Recuerdas como permitiste que le mataran? Pues yo voy a hacer lo mismo contigo, Jaime…-
Sin darme tiempo a hacer absolutamente nada sus dientes se lanzaron en dirección a mi cuello, pude sentir como se desgarraba mi carne en el mismo lugar en el que cabeza bola había mordido al pequeño David, la sangre brotó, cerré fuertemente los ojos esperando mi final, después sentí como caía por un oscuro pozo, luego una fuerte convulsión.
Mis ojos se abrieron súbitamente, aun tuve tiempo de escucharme gritar antes de darme cuenta de que todo había sido una terrible pesadilla, la peor que había tenido en mi vida.
No sabía cuánto tiempo había pasado desde el impacto que me había sumido en la oscuridad, ni sabía dónde estaba. Tenía el cuerpo dolorido y me encontraba aturdido, intenté incorporarme haciendo fuerza con los brazos y quedé medio sentado en lo que me pareció una camilla de hospital, sin duda me habían conseguido rescatar…
-¿Pero dónde está Alba? ¿Y los demás?- Me pregunté mentalmente.
Miré a mi alrededor intentando localizarla, me encontraba en un puesto médico de campaña, estaba rodeado de camillas como en la que yo me hallaba, casi todas estaban ocupadas por personas heridas, a las que atendía personal sanitario, otras simplemente parecían descansar, y algunas otras, yacían atadas de pies y manos retorciéndose y convulsionando. Sin duda debía de tratarse de infectados, pero de Alba ni rastro.
Me incorporé un poco más, con lo que conseguí tener una vista más completa del lugar donde me encontraba. El habitáculo no era más que una enorme carpa de lona blanca en la que gracias a la luz del sol que se filtraba a través de ella, pude distinguir una gran cruz de color rojo serigrafiada en la parte exterior.
No podía ver nada de la parte de fuera, así, que en aquellos momentos, podía encontrarme en cualquier lugar.
Un grupo de cuatro militares con caras muy serias entraron por una zona de la lona que permitía el acceso, cada uno de ellos agarró una camilla de las que cargaban a ocupantes con temblores y uno tras otro salieron del recinto empujándolas. No tenía ni idea de que era lo que iban a hacer con sus pasajeros, pero la verdad, a esas alturas de mi aventura, cuanto más lejos se los llevaran, mejor para mí.
Una ráfaga de aire frío se coló por la apertura cuando salieron, la cual me produjo un escalofrío, entonces me di cuenta de que estaba prácticamente desnudo, solo conservaba mis calzoncillos. Noté, como un aroma a alcohol emanaba de mi piel y penetraba en mis fosas nasales. El antebrazo en el que cabeza bola me había infligido la lesión, estaba perfectamente vendado.
-Me han desinfectado y curado mientras he estado inconsciente, eso confirma que no estoy infectado, ¡gracias a dios!- Me dije a mi mismo en voz baja.
El aturdimiento que sentía comenzaba a desaparecer, y cuando vi que no me mareaba, saqué las piernas por el borde de la camilla y puse mis pies descalzos en el suelo.
Esperaba sentir el frío tacto de alguna superficie pavimentada, pero no fue así, lo que pisaba era arena, bajé la vista al suelo para poder ver con mis propios ojos que era lo que había bajo mis pies. La carpa descansaba sobre una enorme extensión de amarillenta arena compactada, solo una gruesa línea blanca y arqueada, que entraba bajo uno de los lados de la lona y salía al exterior por otro extremo, rompía la homogeneidad del color amarillo. Sin duda, la carpa estaba desplegada en el interior de la plaza de toros. En realidad, no me encontraba muy lejos del lugar donde habíamos tenido el accidente, solo a unos cientos de metros.
Una enfermera de unos cuarenta y cinco años, bajita y regordeta, de pelo castaño y un poco canoso recogido en un moño y ojos almendrados de color negro, al ver que yo estaba de pie mirando como un bobo a mí alrededor, vino caminando lentamente, hasta ponerse delante de mí.
-¿Cómo se encuentra?- Me preguntó amablemente.
No podía ver su boca, pues permanecía oculta tras una blanca mascarilla de papel, pero estoy seguro de que mientras me preguntaba sonreía.
Yo la miré de arriba abajo en silencio, creo que inconscientemente buscaba alguna señal de mordedura, mancha de sangre o cualquier cosa que me indicara peligro, pero no era así. La mujer vestía la típica bata de enfermera, la cual relucía con un color blanco e impoluto, sus manos estaban cubiertas con varios guantes de látex puestos unos encima de otros, eso me tranquilizó automáticamente.
-Pues creo que bien… ¿Dónde está mi ropa?- Le pregunté un poco avergonzado, al ser consciente en ese momento de que estaba casi desnudo delante de una completa desconocida.
-Verá, su ropa ha sido destruida, y no es por asustarle, pero usted mismo casi fue exterminado al ver la fea laceración que tiene en el antebrazo, pero por suerte un agente de policía insistió en que todos los ocupantes del coche estaban limpios, por lo cual se procedió a curarle el brazo y a coserle la herida que tiene en la ceja.-
Yo alce la mano y toqué mi ceja derecha sin notar nada, pero cuando puse mis dedos sobre la izquierda noté una gasa cubriéndola, un agudo dolor bajó hasta mi globo ocular, el cual me obligó a cerrar el ojo bruscamente y quejarme de dolor.
-¡Pero hombre!  No se toque la herida, y menos haga esas feas muecas, ¿No ve que se le puede saltar algún punto?- Me dijo la enfermera con tono sutilmente autoritario, como el que emplearía una madre al regañar a un hijo.
Inmediatamente retiré la mano de la gasa y no pude evitar sonreírle.
-Veo que está usted de buen humor, hace bien, la verdad es que dentro de todo lo malo, tiene motivos para estarlo, su amiga, Alba, me contó todo lo que les ha pasado y como llegaron hasta aquí, como fueron rescatados y puestos a salvo. Después de su llegada, nadie más lo ha conseguido.- Me dio la impresión de que los ojos de la mujer se perdían en el vacío al decir eso.
-¿Alba? ¿Está bien? ¿Y los agentes?- Le pregunté ansioso.
-Todos están bien, y todo gracias a usted y a su pericia al volante, tiene que estar usted muy orgulloso, se ha comportado como un valiente durante todas estas últimas horas.
La verdad, estaba claro que esa mujer no me conocía de nada, estuve a punto de decirle que estaba muy equivocada, y que la verdad es que había pasado más miedo que en toda mi jodida vida, pero por otro lado pensé que en estos tiempos tan inciertos, que alguien pensara que el valor de un hombre, un civil, podía ayudar a salvar cuatro vidas no era algo malo, la esperanza es buena, merecía la pena, así que no la corregí.
-Los agentes de los que me hablas ya se incorporaron al servicio de nuevo, y la muchacha por la que preguntas está fuera de la carpa, echando una mano en lo que puede, ahora toda ayuda es poca. Puede ponerse un uniforme militar de los que hay en esas taquillas y salir fuera si ya se ve preparado.- Me dijo indicándome con su dedo índice una fila de armaritos metálicos de color verde oscuro.
En ese instante varios disparos en el exterior nos sobresaltaron.
-¿Qué pasa? ¿No estamos a salvo?- Le pregunté muy confuso.
-Bueno, en este mundo ya no se está sano y salvo en ningún lugar, pero no se preocupe, solo están haciendo limpieza, no todos tienen tanta suerte como usted…- Respondió ella muy apesadumbrada.
Enseguida entendí lo que quería decir, los de las camillas, esos disparos habían sido para ellos. Bueno, la verdad no me pareció nada descabellado, ¿Qué otra cosa se podía hacer con ellos?
-¿Pero aun no hay nada que termine con ese virus? ¿No hay esperanza?- Pregunté muy intrigado. Necesitaba respuestas y quizá esa mujer pudiera darme algunas.
La enfermera miró hacia el lugar por donde habían salido minutos antes los militares, después se encogió de hombros y volvió a hablarme.
-Por lo que se sabe no es una enfermedad, no es un virus, el problema lo causa un agente que aun no se ha podido catalogar, actúa de una manera que aun no podemos determinar y no siempre de la misma forma, produce mutaciones, alteraciones en el celebro, y aparato locomotor, se comporta como un parásito, hasta la fecha es indestructible una vez penetra en el organismo, si te contagias estás completamente perdido, así están las cosas, como ves, no tenemos muchas más opciones que exterminarlos.-
Yo asentí con la cabeza, como dándole una especie de estúpida aprobación.
-¿Y cuanto tiempo he pasado inconsciente?- Le pregunté, tenía la sensación de haber dormido una eternidad.
-Usted ingresó ayer sobre las dos del medio día, y desde entonces ha permanecido aquí, sufrió una fuerte conmoción cerebral cuando se golpeó la cabeza en el accidente, es decir, ahora son las cuatro de la tarde, por lo que ha estado mas de veinticuatro horas sin conocimiento, en este tiempo hemos podido verificar que realmente estaba limpio, ya que la transformación, en una persona viva, tarda un máximo de cuatro horas en producirse, cuando vimos que no manifestaba ningún síntoma a pesar de tener una aparente mordedura, procedimos a desatarle, desinfectarle y curarle las heridas-
-Pues muchas gracias por todo, la verdad es que me encuentro bastante bien- Le dije - ¿Y ahora, que se supone que tengo que hacer?- Pregunté, sin tener muy claro si tenía algún tipo de obligaciones.
-Las cosas no están muy claras, casi todos los civiles supervivientes están ya confinados en la zona segura del puerto marítimo, aquí quedan muy pocas personas aparte de los militares y los últimos sanitarios que atendemos a los pacientes que no se pueden trasladar, pero en principio, mañana a primera hora, este lugar quedará desmantelado y todos los que ahora estamos aquí, seremos llevados al punto seguro. El trayecto de momento está asegurado, pero no se sabe cuánto tiempo permanecerá así, por lo que puede marcharse ahora mismo o quedarse a ayudar hasta mañana en lo que buena mente pueda, es una elección que tiene que hacer usted -
Yo me rasqué el cogote dudoso, no tenía clara la situación, necesitaba salir fuera, respirar aire fresco y ver con mis propios ojos el panorama en el que me encontraba.
-Bueno, tengo mucho trabajo que hacer, me alegro de que esté de nuevo entre nosotros, tenga cuidado y no haga muecas ni frunza el ceño con la ceja en ese estado, y coma algo, debe de estar muy débil, el suero, no es un bocadillo de jamón y hace horas que no se mete un buen plato de comida entre pecho y espalda, lo necesita.- Me dijo la mujer despidiéndose.
Yo le hice un gesto con la mano, la seguí un rato con la mirada mientras ella se marchaba a atender a alguien en el otro extremo de la carpa. Después caminé entre las filas de camillas y fui hasta las taquillas, cada una contenía algún tipo de prenda, unas estaban llenas de botas, otras de pantalones y camisolas de camuflaje, camisetas de color verde, incluso ceñidores. Fui seleccionando prendas de mi talla, hasta tener un equipamiento completo delante de mí, no me podía creer que después de tantos años tuviera que volver a vestir un uniforme militar sin ser carnaval.
Con diecinueve años me alisté como militar profesional en un acto de rebeldía adolescente. Mi novia me había dejado por otro, y la relación con mis padres en aquella época era muy mala, así que sin pensármelo mucho fui a un centro de reclutamiento, y bueno, todo pasó muy rápido, casi sin darme cuenta, estaba en un tren de camino a Madrid, fueron dos años en los que me enseñaron lo que significaba ser un patriota, servir a España, disparar, hacer muchas guardias y sobre todo a obedecer a los mandos sin rechistar, fue como pasar dos años en el purgatorio, nunca me arrepentí de lo que viví allí, conservo muy buenos recuerdos en general, pero siempre me dije a mi mismo que jamás volvería a vestir un uniforme de soldado, si alguna vez en mi vida tenía que lamer culos de nuevo, nunca más lo haría por un sueldo tan bajo, pero está visto, que hoy por hoy, ya nada se puede dar por sentado.
Lentamente me vestí y una vez terminé me dirigí al exterior, quería ver a Alba, preguntarle como estaba. La pesadilla que había tenido solo un rato antes aun me torturaba, ¿me culparía realmente de la muerte de su hermano?
Aparté la lona con la mano y salí al exterior, los rallos de sol del atardecer acariciaron suavemente mi rostro, el cielo estaba completamente despejado, si no fuera por los gemidos producidos por los no muertos que se escuchaban a una distancia insuficiente para mi gusto, nadie abría pensado que nos encontráramos en pleno Armagedón.
Estaba prácticamente en medio de la plaza de toros, giré sobre mi mismo haciendo una vuelta al ruedo con la mirada, aparte de la carpa donde yo había estado las últimas horas, había dos más, otra exacta a esta, pero también había una un poco más pequeña de color verde oscuro. Vi a varios militares, policías y guardias civiles caminando de aquí para allá, también a personal sanitario entrando y saliendo de las carpas de la cruz roja, decenas de civiles permanecían sentados o acostados en el graderío de la plaza, pero ni rastro de Alba.
Caminé en círculos buscándola, y penetré en uno de los túneles que llevaban al exterior de la plaza, una vez dentro un agradable olor a comida recién hecha llegó hasta mi nariz, mis papilas gustativas, generaron tanta saliva que casi me atraganto con ella. Recordé lo que me había dicho la amable enfermera, tenía que comer algo, y la verdad, sentía un apetito voraz.
Un poco desorientado busqué la procedencia de el agradable aroma de la comida cocinada, avancé por el túnel circular que discurre bajo las gradas hasta que después de un rato, vi a un grupo de gente que se arremolinaba alrededor de un pequeño puesto de comida, uno de los que se utilizaban para suministrar aperitivos y bebidas a los asistentes a los actos que se celebraban en la plaza en otros tiempos no muy lejanos, ahora estaba reconvertido en un puesto de suministro de comida de emergencia. Tres mujeres vestidas con batas blancas atendían las peticiones de las hambrientas personas tras un pequeño mostrador, una de ellas llamó mi atención, ese pelo, esos ojos, eran inconfundibles para mí, una de esas tres mujeres era Alba, por fin la había encontrado.